viernes, 31 de julio de 2009

Sueño de futbolista


Los hielos de la Patagonia hielan la sangre de cualquiera. Blanco, inmenso, radiante es el Perito Moreno. Cada tanto se le da por desprenderse y el mundo paga fortunas por verlo hacer locuras. Mientras los hielos caen, los turistas festejan con alaridos y aplausos.

—Má— le soltó con tibieza un chico a su mamá.
—¿Qué mi amorcito?— le correspondió ella.

Y el niño, asombrado como todos, pero soñador como él sólo, le preguntó:
—¿Vos creés que la gente gritaría mi nombre si yo, de un pelotazo,
rompiera todo el glaciar?

martes, 28 de julio de 2009

La guerra de las galaxias


Real Madrid incorporó para esta temporada dos jugadores de élite con el fin de mostrarle al mundo de lo que es capaz: que puede sacar de su billetera 159 millones de euros para quedarse con Kaká y Cristiano Ronaldo. El objetivo del club madridista es juntar a los mejores jugadores del planeta. ¿O serán de otra galaxia?, porque ellos los llaman “galácticos”.
En eso andaban los poderosos de Madrid, paseando sus nuevas joyas, cuando Barcelona, el otro gigante de España, también echó mano a los ahorros (¿acumulación?). En su carrera interespacial por conquistar la Liga, los catalanes se compraron a un futbolista que hace maravillas con la pelota, aunque seguro no tantas como para valer 66 millones de euros. Zlatan Ibrahimovic se sumará a otras superfiguras como Messi, Iniesta, Henry, Xavi, que mejor ni pensar cuánto valen en conjunto. Ostentación pura.
Mientras al mundo le duele la panza de hambre, Real Madrid y Barcelona se muestran pletóricos por la abundancia. Y compiten, y se miran de costado, y se babean por lo que tienen y se mueren de envidia por lo que les falta.
El día que se enfrenten habrá choque de planetas, augura la prensa española. Ole. Una manera bien particular de hacerse los distraídos. En plena crisis, resulta que dos equipos compiten por insultar más a la condición humana y nada se dice. Si da vergüenza ajena ver cómo Real Madrid y Barcelona se esfuerzan por gritarle al mundo que no les importan los pobres, el hambre, la miseria y la integridad moral del planeta (este planeta). Aunque sea por delicadeza, podrían disimular un poquito.

jueves, 23 de julio de 2009

¿Pasión de multitudes?


Hay un mundo que el mundo de los hombres desconoce. Es el mundo de las mujeres que juegan al fútbol para divertirse, como los hombres que juegan al fútbol entre amigos. Un mundo que yo desconocía hasta que me contaron y después lo vi. Las que pertenecen a ese mundo tienen como principal virtud que son capaces de romper preconceptos y animarse a ser ellas mismas. Como si fueran chicos chiquitos, que todavía no se contaminaron con lo que dicen los demás, ellas juegan a jugar. Sin importar que un ejército de machistas se les burle, para que nada cambie y haya cosas de hombres y cosas de mujeres. Con ahínco, ellos, levantan las banderas del fútbol como bastión fálico de resistencia.
Hay que verlas a ellas. Se sabe que son coquetas, mucho más que nosotros. Y cuando juegan al fútbol les gusta coquetear con el gol. Y como ellas también besan mucho mejor que nosotros, cuando hacen un gol la pelota no entra como una tromba al arco; con sutileza, ellas hacen que la pelota bese la red.
Ellas son madres, amigas, hijas, hermanas, primas, jugadoras de fútbol que no se creen jugadoras de fútbol. Cuando paran la pelota con el pecho, la dejan descansar un ratito entre sus tetas y recién ahí, como si hubiesen dormido a un bebé, la sueltan para seguir jugando con los pies.
Ellas se animan a desafiar lo que los otros (nosotros) condenan. Que no se repriman más las mujeres que juegan al fútbol. Al fútbol le anda faltando algo de amor y glamour de esas amigas, madres, hijas, hermanas, primas. De ellas, las que se animan a jugar al juego que los hombres andan creídos que tienen los derechos de exclusividad.

domingo, 19 de julio de 2009

Trabajo de hormigas


La primera hormiga que planteó el desafío fue por hartazgo. Cansada de que el elefante pisara hormigueros con impune desparpajo, se le trepó por la pata y luego por el lomo hasta dar con su gran oreja, demasiada sorda para semejante tamaño. Desacostumbrado a los reclamos, el elefante desoyó a aquella primera hormiga. Como si nada se le hubiese dicho, al otro día aplastó de una pisada la tierra en la que soñaban millones de hormigas. La estampida sacó de los hormigueros a los muchos insectos que lograron sobrevivir. Fue el sacudón que les hacía falta para saberse compañeros y compañeras. En el raje, aquella primera hormiga protestante perdió una pata. Sin embargo, entera de alma, propuso la rebelión.
Le habló a una sobre el asunto, y esa otra lo comentó a la siguiente, que habló con alguien para que se lo transmitiera a su vecina de hormiguero. Y fueron miles el día que decidieron treparse al elefante para largar sus voces, todas juntas, en esas orejas tan chiquitas para escuchar a los demás. A desgano y vaya a saber qué de todo, el elefante comprendió que las hormigas lo retaban, insurgentes, a resolver la cuestión territorial con un partido de fútbol. Incluso es probable que haya sido la soberbia por tan ancho y alto tamaño la que lo llevó a aceptar la propuesta. No estaba claro cómo se desarrollaría el juego; mucho menos, las reglas.
El partido arrancó con una demostración de poder del elefante. De un sólo patadón metió la pelota en el arco, a pesar de la resistencia estoica de cien hormigas, que dieron la vida en su afán por detener el remate. La causa de las hormigas ya tenía un gol abajo cuando decidieron emprender un ataque masivo. Empujaron, todas juntas, esa pelota que les quedaba enorme y avanzaron contra el arco de su oponente. Con un cansancio pasmoso llegaron hasta las puertas del gol, pero la mole les cortó el paso. Y de un soplido hizo retroceder la pelota con miles y miles de hormigas aferradas a los gajos. Cuando lograron recuperarse, volvieron a intentarlo. Una y otra vez. Los etcéteras podrían describir con exactitud el desarrollo de las jugadas. Jamás llegaron al gol.
Concientes de que el partido no se podía ganar, igual siguieron intentándolo. El elefante se reía con sorna, sólo porque no quería que las hormigas advirtieran que les envidiaba la voluntad. Que no era otra cosa que una fuerza de trabajo mancomunado, que las impulsaba a luchar sin importar el rival.
Llevaban seis días jugando, con una diferencia a favor del elefante de mil y pico de goles. Sin embargo, nadie se decidía a dar por terminado el partido. Las hormigas, porque tenían una resistencia inclaudicable. El elefante, en cambio, por un miedo cada vez más grande. A pesar del triunfo, advertía que no contaba con compañeros para poder festejar. Y así, muerto de soledad, les ofreció la victoria a las hormigas. Demasiado tarde. A esa altura, las hormigas habían aprendido a compartir la derrota. Por lo tanto, no les dolía perder.
El elefante dejó la cancha, impotente. Con algo de lástima lo miraron las hormigas, que volvieron a sus hormigueros y brindaron y se besaron. Como los que sienten que su dignidad está intacta.

jueves, 16 de julio de 2009

Continuará...


Mística. Estilo. Manera (y no me refiero a Eduardo Luján) de jugar. Ayer Estudiantes ganó la Copa Libertadores. Con jugadores de ahora, con la leyenda de antes. Acaso el Estudiantes de siempre ganó liderado por Verón. Otro Véron. La Brujita, que ayer también recibió la bendición de su padre, un ídolo del club: “Mi hijo es el mejor jugador de la historia de Estudiantes”. La Bruja se refirió a la historia. No utilizó cualquier palabra. No fue fortuita la frase. Verón padre habló de legado, de continuidad. Y de dialéctica. Sí, Verón padre explicó sin explicar un camino que se transita. Que arrancó en 1967, con Zubeldía como técnico. Y que siguió y seguirá. Como ya decidieron antes. Y ahora, también.

martes, 14 de julio de 2009

Honduras, los milicos y la pelota


Casi nunca se aguantaron, es cierto. Casi siempre se odiaron. A veces, pocas, se juntaron. Y pasó entonces que, a los pelotazos, se juraron venganzas postergadas. Los más confundidos hasta se echaron en cara enemistades inculcadas por los dictadores de turno. En Tegucigalpa se exhibían calcomanías que rezaban: “Hondureño: toma un leño, mata un salvadoreño”. Mientras la prensa de San Salvador recogía el guante y exhortaba al ejército a invadir Honduras. Se acusaban. Todo el tiempo se acusaban. El gobierno de El Salvador, de espías a todo hondureño que daba vueltas por su territorio. Y el de Honduras, no menos ridículo y dictatorial, llamaba Reforma Agraria al desalojo masivo de salvadoreños, que eran obligados a volverse a su país a las disparadas.
Ya corría la pelota, mansa, ingenua. Ya corrían los jugadores, nerviosos, alertados de lo que podía venir. Los inconvenientes iniciales se registraron con precisión calendaria FIFA: 8 de junio de 1969, primer encuentro de eliminatorias de México ´70 entre Honduras y El Salvador, en Tegucigalpa. Los locales ganaron 1 a 0. Los visitantes denunciaron desde El Salvador que, antes del partido, tuvieron que dormir alejados de las ventanas del hotel. Más de 200 personas –señalaron– tiraron piedras durante toda la noche.
Se sabe del odio encendido. Se sabe de las pasiones que despierta el fútbol. Lo que no se comprende es que después de finalizado el partido y al enterarse del resultado desfavorable, una salvadoreña se haya suicidado.
Quedaba la revancha, aún. Quedaba lo peor, todavía. Los locales ganaron 3 a 0. Dijeron los diarios de Honduras que sus compatriotas sufrieron ataques, que doce hinchas fueron asesinados y que muchos otros fueron heridos. Mientras, la pelota, mansita, dejaba de rodar. En Honduras, la derrota caló en las entrañas. Heridos, vomitaron violencia contra los negocios de los salvadoreños, que fueron saqueados. Incluso se dice que hasta algunas fueron mujeres violadas.
No hubo calma. Sí reclamos. Los hondureños protestaron el partido ante la FIFA y argumentaron que sus futbolistas actuaron “bajo peligro de muerte”. El pataleo no tuvo cabida y ambos países tuvieron que desempatar sus broncas con un tercer partido, que se jugó en México, por imposición de la FIFA. El partido se jugó un 27 de junio y El Salvador ganó 3 a 2. Después, los salvadoreños obtuvieron el pasaje a la Copa del Mundo, por primera vez en su historia, al derrotar 1 a 0 a Haití en la final. Pero ese último partido fue apenas un detalle. El auténtico, el decisivo, ya había sido jugado por El Salvador, cuando una semana antes del encuentro disputado en el Estadio Azteca, las dos naciones se escupieron rabia y rompieron relaciones.
Las tropas salvadoreñas, finalmente, cruzaron la frontera y comenzó una guerra de cien horas, la “Guerra del Fútbol”, como etiquetaron los grandes medios internacionales. Hubo miles de muertos, más de 20 mil heridos. Hasta que la OEA, ya saciada de sangre, ordenó el cese del fuego. El asunto recién concluyó en 1992, cuando la Corte Internacional otorgó a Honduras más del sesenta por ciento de los 419 kilómetros cuadrados que también estaban en disputa.
“El fútbol fue una excusa para crear un conflicto armado que ambos gobiernos militares necesitaban”, recuerda Gregorio Bundio Núñez, entrenador de aquella selección de El Salvador.
Esa guerra empezó un 14 de julio, como hoy. Pasaron 40 años y Honduras sigue tan pobre como antes. O peor. Las cifras oficiales indican que 8 de cada 10 personas que residen en aquel país vive en situación de pobreza. Y otra vez, como aquella vez, impera una dictadura que acaba de sacar a la fuerza a un gobierno que, mal o bien, los hondureños habían elegido. Otra vez un derecho –tan chiquito como un voto– quedó sepultado bajo la bota. Las honduras en las almas de los hondureños son ahora surcos que dejarán secuelas; en hombres y mujeres ignorados por la Justicia.
Esa
gente de panza vacía pide que alguien toque el silbato y haga detener la pelota. El pueblo no autorizó a Micheletti a que haga su propia jugada. Por algo festejaron como si fuera un gol el día que Zelaya ganó las elecciones. Por algo será que los militares necesitan someter a los hondureños al silencio a punta de fusil. Como aquella vez que les apuntaron para inculcarles odio hacia el pueblo salvadoreño. Y mancharon la pelota.

domingo, 12 de julio de 2009

Se trata de extrañar


Cuando uno extraña, no hay que luchar contra eso. Porque los sentimientos no se cuestionan. Extrañamos lo que no podemos ver, tocar, compartir. Los hinchas, por ejemplo, suelen añorar a jugadores que ya no juegan. De ellos extrañan sus goles, sus jugadas, las emociones.
A mi amigo Seba y yo la historia grande del fútbol no nos guardará ningún recuerdo. Ni un cachito. Y de ningún modo se tratará de un acto de desmemoria. Más bien, de entender que los dos andamos huérfanos de gambetas inolvidables. Sin embargo, al fútbol no le guardamos rencor. Al contrario, fue jugando que nos conocimos. La primera vez fue en una playa. Él me vio jugar a la pelota y me elogió (seguramente exageró para poder incluirse en el equipo) cuando terminó ese picado. Después, compartimos equipo y nos entendimos rápido. Y lo mismo pasó al otro día. Y al siguiente. Y cada vez que nos veíamos en el verano. Las últimas dos veces que estuvimos juntos fue en mi cumpleaños, cuando él vino de España. Esas veces los pases fueron sin pelota.
Jorge Valdano suele decir que “nunca se conoció mejor a él y a los demás que dentro de una cancha”. Es una gran frase. A Seba lo conocí jugando, tal cual es él. En realidad, nos conocimos jugando y fuimos como somos. Por eso el día que volvamos a cruzarnos nos vamos a entender sin mirarnos, como la primera vez que me dejó solo frente a un arquero en vez de hacer el gol él.
Ahora hace rato que a Seba no lo veo. Será por eso que lo extraño tanto. La próxima vez que nos veamos ya no va a ser para jugar al fútbol. Así fue la última vez. Y la anterior. Y anteriormente, también. Como sea, Seba y yo siempre vamos a jugar en el mismo equipo.

lunes, 6 de julio de 2009

La Iglesia debería dar explicaciones


Dicen que pasó, pero no puede ser. Dicen que puede ser, pero me niego a pensar que pasó. Sí, ya sé que hay muchos que dicen que los vieron a los dos. Y si tantos se acuerdan, entonces tuvo que pasar. Acaso pocas cosas hay más nobles que la memoria. Así y todo, me niego a creerlo. Ni siquiera la foto es un documento válido. Cómo me van a desafiar con una mentira tan flagrante. A quién se le ocurre. ¿Juntos en una cancha? Imposible.
Salvo que las fachadas estén enteramente disimuladas. Y que entendamos que no se pudo tratar del encuentro entre el mejor jugador de la historia del fútbol y de un ex presidente que se robó hasta la esperanza. Entonces recién ahí voy a darle lugar a las sospechas. Pero me lo van a tener que jurar. Por dos cosas: que Diego no solo la mano tiene de Dios. Y que el otro… está bien, del otro ni falta hace aclarar que no hay lo que no tenga del Diablo.

sábado, 4 de julio de 2009

El mundo a sus pies


Las trencitas de la nena eran una ternura. Y la mugre en las manos del nene, también. Los dos hermanitos (ella seis años; él, cinco) estaban con su abuela, en una librería.
Enfocada en darle un gusto a su nieta, la señora de rulos canosos abrió el diálogo con el hombre de rulos negros que atendía el negocio.

—Dígame, ¿cuánto cuesta ese globo terráqueo?

—Ese, 55 pesos.

—Ah, no. ¿Y aquel otro, el más chiquito?

—Este, 25 pesos.

—Sí, entonces déme ese.

Pero la escena se interrumpió abruptamente con el llanto de la nena.
El hombre de rulos sacó de pronto las manos del mapamundi, como si advirtiera que ahí adentro hubiese una bomba.
La abuela, sorprendida, se acercó a su nieta y le preguntó:

—¿Qué te pasa?

—No quiero ese chiquito. Yo quiero el grande, que tiene más países— soltó sin abandonar las lágrimas.

Inútiles fueron las explicaciones de la abuela sobre la conformación geográfica de la Tierra. A ella, a la de trencitas, le bastaba su propia concepción. Finalmente la señora de rulos canosos cedió ante el doble puchero, porque él, el chiquito de los sueños intactos, había hecho causa común con su hermana.
Tanta empatía de parte de él se entendió con el tiempo, a medida que aquel globo terráqueo sumaba abolladuras.
Resultó que para el de las manitos sucias eso "redondo" era una gran pelota de fútbol. Por eso, cada vez que podía la sacaba de la repisa y se iba al patio del fondo. Ahí, donde él era un gran goleador, que no se cansaba de convertir entre dos macetas, que para él eran un arco.

Era muy feliz el de las manos sucias, que estaba convencido de que esos goles se veían en todas partes del planeta. Igualito a lo que pasa en un Mundial.