lunes, 31 de agosto de 2009

Amor de cancha


Se vieron y se enamoraron. Pudo haber sido en una esquina, en la parada de un colectivo o en algún bar. Lo mismo daba que haya sido (como fue) una cancha de fútbol, el escenario donde ensayaron las primeras miradas profundas. Y muchas de las que siguieron, también. Al calor del canto de la hinchada se fueron reconociendo el uno para el otro, hasta entender que ya no iban a separarse jamás. Como los buenos amantes, se hicieron mejor pareja con el tiempo. En su caso, el amor ganó en intensidad a medida que pasaban los campeonatos. Sus miradas de ojos vidriosos no ocultaban la emoción de saberse tan enamorados como cómplices en la cancha. Acaso en la cancha se habían descubierto las virtudes que les provocaban atracción mutua. Había que verlos cómo se miraban, aún cuando la jugaba invitaba a los hinchas a levantarse de la tribuna, por cierta inminencia de gol. Nada les distraía las ganas de mirarse. Ni siquiera cuando no volvieron a pisar el club declinaron sus encuentros apasionados. Al contrario, el 2 y el 4 todavía se miran, se sonríen y andan a los besos por cualquier lugar.

jueves, 27 de agosto de 2009

El jugador que no tenía nombre


Se supo una vez de un jugador que no tenía nombre. Ni apellido ni primer nombre ni segundo ni apodo. Nada.
Era un crack. Un auténtico crack. De esos que ganan partidos ellos solos, si es necesario. Se hamacaba como pocos y solía dejar el tendal cada vez que arrancaba. Parecía una hoja suelta al viento, que vuela libre. Y salvo por la caída al suelo, igual que el jugador sin nombre cuando era derribado por alguna patada, las hojas no detienen su zigzagueante andar.
Este jugador era capaz de remontar partidos con jugadas fulgurantes y conquistas oportunas. Nunca hacía los goles inútiles que achican una goleada.
Como no tenía nombre, bastaba con chistarlo para ponerse a tiro de un pase suyo. Y así era. Tenía el oído afinado y la patada justa. Con un pase, era seguro que el hombre que no tenía nombre dejaba mano a mano a cualquier compañero.
Una vez gambeteó a tantos, que los rivales no parecían once. Y por si hace falta aclararlo, hizo el gol. Porque no era de andar gambeteando sin rumbo.
Soñaba en cada pique. Y volvía a soñar a la jugada siguiente. A veces resultaba un hombre espontáneo. Otras, en cambio, respetuoso de las tácticas. Nunca un desertor de las proezas futboleras.
Tenía el 10, o el 8. O quizá el 9. No importa. Era gigante su fútbol y dichosos los ojos que lo vieron, así que a nadie le importaba recordar el número de su camiseta. Los cracks, como él, no son el 10 de tal equipo o el 5 de aquel otro.
Tenía por costumbre gritar los goles de la misma manera. Carrera corta hacía un costado, puño apretado y boca y ojos bien abiertos. Pero hubo uno que lo gritó más que cualquier otro. Fue uno que le hizo a la Mediocridad. Era uno de esos partidos cerrados, en el que las patadas pelaban tobillos y nadie se animaba a desandar carreras al arco por miedo a caer en el ridículo. Como esos hombres que descubren que su vida tiene sentido, con ese ímpetu genuino, encaró al mundo entero, saltó más de mil piernas, esquivó al destino inexacto de los que no se animan a ser mejores personas y con la más sutil de sus estocadas dejó la pelota mansa dentro del arco.
Contrariamente a lo que se esperaba, nadie festejó. La más increíble de las conquistas se había producido. Absorta, la mayoría calló. Mientras el grito de este héroe se alargó intruso por el tiempo. Aún hoy algunos aseguran que todavía lo escuchan detrás de la aparición de la luna. Los enamorados también han testimoniado. Dicen, convencidos, que jamás dejan de escuchar el grito en las mejores puestas de sol. Y los valientes, los que abandonaron cualquier rutina por la más pequeña de las aventuras, confirman que todavía en sus oídos zumba aquella voz llena de gol.
Es cierto, están aquellos que se empecinan en sostener que es imposible la perdurabilidad del grito. Son los que se permiten soñar sólo cuando duermen.
De todos modos, a este jugador que no tenía nombre ni apodo ni nada, no hay en el mundo quien no lo haya oído nombrar.

lunes, 24 de agosto de 2009

Volver a las fuentes... de agua


El agua de los brazos de los ríos cordobeses se deja beber de tan limpia que es. Es fresca y transparente, como las primeras novias. “Es agua bendita”, dicen los curas. “Agua mineralizada de las sierras”, resaltan las publicidades de las empresas embotelladoras. También se aprovechan de esa pureza las maestras, que les repiten a sus alumnos que es “incolora, inodora e insípida”. Cada uno tiene sus motivos para reverenciarla.
Notable es el caso de los futbolistas que toman de esa agua, luego de perder algún partido. Dicen ellos que lo hacen porque tienen sed de revancha.

jueves, 20 de agosto de 2009

Sueños II


Hola Dios, ¿cómo estás? Ya sé que hace mucho que no rezo, no me digas nada. Igual no es por nada, pero vos también hace bastante que no me ayudás. No importa. No estoy rezando para reprocharte nada. Necesito tu ayuda, Dios. Más bien necesito hacerte un pedido. Yo no sé, pero desde hace un tiempo que sueño con tener una pelota de fútbol y nadie me regala una. Ni siquiera pido una que sea original, como la que usan los jugadores. Yo quiero una pelota, una pelota cualquiera. Aunque, sin querer meterme en tus cosas, me parece que vos podrías conseguir la mejor pelota que exista. Porque plata no te debe faltar. Y en el caso de que no tuvieras, siendo Dios nadie te va a negar una pelota. Pero no importa. Yo Dios me conformo con una pelota, la que vos quieras. Igual, por cómo me estoy portando, no creo que sea una toda rotosa. No digo que vaya a merecerme una profesional, pero al menos una bien redondita, que tenga gajos, como la de mi primo Leonardo. Ahí tenés, Dios. Mi primo tiene una pelota nuevita, y sin embargo bastante mal se porta en el colegio. Yo no te pido mucho. Te pido una pelota como tiene cualquier chico de mi edad.
Ya sé que debés estar ocupado con tanta gente que vive en el mundo. No te digo que la quiero para mañana. Bah, en realidad cuanto antes puedas conseguírmela mejor. Pero vos tranquilo, yo espero. Apuro tengo, no te voy a decir que no. Pero todavía puedo aguantar un poco más.
El otro día veía en la tele a los jugadores y más ganas me daban de tener una pelota. Yo te juro Dios que si me la conseguís no te pido nada más por un tiempo largo.
Mi papá me dice que no, que para qué. Pero él no entiende, sabés Dios. Yo dormiría todas las noches con la pelota, la abrazaría y seguro que mis sueños serían todos de fútbol. Es como cuando los chicos más grandes ven una película de terror. Después sueñan cosas de miedo. Con la pelota lo mismo. Pero mi papá no la entiende, me dice que no es así. Me dice que hay otros juguetes más lindos que una pelota. ¿Qué juguete puede haber más lindo que una pelota, Dios? Por eso te tengo que molestar a vos. Yo primero le pedí a mi papá, pero él me trajo un robot y me dijo que era mucho mejor, que me iba a gustar más que una pelota. Hasta habla el robot, sabés Dios. Bah, seguro que sabés, si vos sabés todo. Aunque lo de mi papá no sé si lo sabías. Y si lo sabías, no entiendo por qué no le hacés cambiar de idea.
¿Qué le costaba una pelota, Dios? Pero bueno, ahora te la pido a vos, que no te conozco, pero seguro sos más bueno que mi papá y me la conseguís. O al menos sos más comprensivo. Porque mi papá malo no es, pero hay veces que no quiere escuchar lo que yo le digo.
Y encima mi mamá le hace caso. Me dice “no te enojés amorcito, tu padre sabe lo que hace”. Pero no Dios, mi papá no sabe lo que hace, si no me haría caso y me regalaría una pelota.
Te pido eso, sabés Dios. Conseguime una pelota, te lo pido por favor. Ya estoy llorando, ves Dios. Así me pongo cuando le pido una pelota a mi papá y él, en vez de traerme una, me acaricia la cabeza y me dice “vos sos un chico inteligente”.
Bueno Dios, por hoy no te molesto más. Solamente te pido una pelota, acordate, ¿sí?
Ah, una última cosa. Si podés Dios, también necesito dos piernas ortopédicas. Una zurda y otra derecha, claro. No vaya a ser cosa que me consigas dos del mismo lado. Aunque pensándolo bien, con una me alcanzaría. Después, para apoyarme, usaría una muleta. Pero una pierna Dios, te pido al menos una pierna. ¡No sabés las ganas que tengo de hacer un gol!

domingo, 16 de agosto de 2009

Sueños I


La vio, la observó, la escudriñó y recién entonces, después de supervisarla con mirada de lupa, el de los mocos tendidos se animó a patearla. Al principio le dio de puntín, con toquecitos suaves. Le dio tantas veces como quiso su sonrisa, que desapareció al enésimo movimiento similar. Entonces, aburrido, el niño probó con golpearla con la parte interna del pie derecho. Hasta que se cansó de las repeticiones y arrancó con la zurda. Dos días seguidos estuvo pateando y pisando ese cuero que era un regalo anónimo. Algunos dicen que fue un pelotazo perdido de un partido lejano que fue a parar delante de él, en una callecita donde caminan los que se animan a soñar.
Por la tierra húmeda iba el niño cuando, de pronto, asistió al milagro de lo que muchas veces se utiliza como una expresión. “Descosió la pelota”, se suele exagerar cuando alguien jugó realmente bien. El chico que soñaba con un partido enorme logró, sin mediar metáfora, dejar ese cuero redondo abierto, con los hilos al aire. Fue entonces que, algo preocupado, volvió a la callecita donde había encontrado la pelota.
Quienes por ahí también caminan cuentan que el que alguna vez “la descosió”, ahora anda imaginando hacer un gol imposible. Para que esta vez su sueño no se le termine nunca.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Qué mal se TV


“Al fin van a dejar de rezarle a la televisión”. Callejeros, 2003.

Cayó el Imperio. Un día iba a pasar. Tenía que pasar. Es cierto que la caída nada tuvo que ver con una manifestación de hinchas organizados cansados de pagar para ver lo que debería ser de todos. Y que tampoco los que le arrebataron el gran negocio a la hegemónica empresa que tenía en exclusividad los derechos (¿con qué derecho?) de televisación gozan de la simpatía popular.
Pero cuando el discurso único se cae de boca, cuando tropieza el poderoso y, aunque sea, en algo se beneficia la mayoría, bien vale ensayar una sonrisa. Que lo que acaba de pasar sea una señal de tiempos mejores. Para que todo sea de todos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Amor en la cancha


Ella se había enamorado del tres. No por su juego, que poco tenía de belleza y mucho de repudio de sus compañeros. Pero a ella nada le importaba más en la vida que verlo a él recorrer la banda izquierda. Ahí, siempre paradita en el mismo lugar. Su inmovilidad la limitaba a poder seguirlo de cerca sólo un tiempo. La otra mitad del partido también lo miraba cuidadosamente, pero a setenta metros. A ella la había cautivado ese tres, bajito, flaco, que a nadie le llamaba la atención. A la rubia, en cambio, le despertaba todo el amor del mundo.
La vez que él supo realmente de ella por primera vez fue luego de tirar un centro. Tras impactar la pelota, aquel muchacho sensible percibió el suspiro. Desde entonces, jugó cada partido dedicado a la dueña de esa emoción soltada al aire que, intuía, sólo él había advertido.
Si hasta empezó a soñar con la posibilidad de convertir un gol sólo para dedicárselo a esa mujer inolvidablemente hermosa. Pensaba que si lo hacía, ella no iba a poder aguantarse el amor calladamente y se lo iba a tener que gritar a la cara.
Entre sus infructuosas búsquedas por convertir erró una cantidad de goles suficiente para acumular a montones insultos de sus compañeros. Después de cada intento fallido, se repetía la escena: resignado, agachaba la cabeza y volvía a ocupar la zona donde se para el tres cuando empieza un partido.
Ella se había dado cuenta que algo había cambiado en él, y que sus intentos por convertir no eran casuales. Como para que él notara su observación, la chica de ojos claros no dejó de suspirar cada vez que esas piernitas enclenques pasaban al ataque. Y entre tanto resoplido de amor, un día él abandonó el partido y levantó los brazos.

Consciente de que jamás haría un gol, decidió sonreirle y esperar que ella le confirmara lo que él, a esa altura, ya sabía. El tres acababa de jugar su último partido en el equipo de los “solteros”.

jueves, 6 de agosto de 2009

Creyente


Cuenta el norte argentino con el amparo de la Pachamama. Dicen sus habitantes que la Pacha, Diosa de la Tierra, protege sus cosechas y bendice su suelo. Por ejemplo, los que creen en ella hacen pozos y bajo tierra depositan alimentos, para que se los multiplique. En agradecimiento, semejante divinidad recibe los más sagrados obsequios de hombres y mujeres. Entre otras cosas, se le ofrenda alcohol y cigarrillos, como muestra generosa de desprendimiento.
Una vuelta, un ferviente adorador de la Pacha enterró una pelota de fútbol junto con la camiseta de Central Norte, a la espera de buenos resultados. Sin embargo, el equipo del que era hincha, ni un punto sacó en los meses siguientes.
—La culpa no es de la Pacha— me aseguró el hombre, quien me explicó que la Madre Tierra ayuda nada más que a los vivos.
Y enojado, se despachó:
—¿No vio a nuestros jugadores? ¡Son todos unos muertos!

lunes, 3 de agosto de 2009

El equipo ideal


Estoy seguro de que en la vida hay cosas más lindas que el fútbol. Pero eso no me quita una convicción aún mayor: lo más lindo que tiene el fútbol es que te enseña a aprender de la vida. Por ejemplo, sé que el que prefiere guardarse los pases para convertir su propio gol, ése también le hace gambetas a los problemas de los amigos. Como también puedo advertir la generosidad del que pierde la pelota por mirar dónde había un compañero mejor ubicado y no le importa haber quedado en ridículo. Mirar al fútbol como guía de las conductas humanas permite deducir que el que se esconde detrás de un rival por miedo a que le pasen la pelota, ése no atiende el teléfono cuando lo necesitás. En cambio el que corre a un jugador del otro equipo hasta alcanzarlo por una pelota que él no perdió, ése te va a ayudar sin que se lo pidas. El que te reprocha si te perdiste un gol, ése va a esperar que te retuerzas en la desgracia para señalarte. Y el que en una situación idéntica igual te alienta, ése te va a querer pase lo que pase. Por eso cuando se juntan para jugar los generosos, los que no se esconden por miedo y los que no andan con reproches a mano, no se preocupan si les toca perder.
Abrazos profundos para todos y todas los que sienten que juegan en ése equipo; en el que vale la pena vivir.