lunes, 22 de febrero de 2010

Evidencia


Parecía empecinado en la gambeta. Y en verdad lo estaba. Sus infructuosos intentos por esquivar rivales le ha valido los más justificados insultos. Aún así, el jugador que se creía invisible no abandonaba su tozuda búsqueda. Su creencia en la propia intangibilidad lo conminó a dejar de pasarle la pelota a sus compañeros. Desde entonces, hizo de la gambeta un culto y desoyó los reproches con tal de alargar su marcha hasta el infinito.
Hace rato que nadie sabe de él. Algunas sospechas sobre su paradero lo vinculan con el barrio de las sombras perdidas. Aseguran que en ese lugar paradójicamente oscuro hubo una silueta que se movía en zigzag, con la misma obstinación que el jugador que se creía invisible. Hasta que un día de sol radiante dejó de amagar. Fue cuando se convenció que todo el mundo podía verla y descubrirle las gambetas.

jueves, 18 de febrero de 2010

Fútbol paradisíaco


Hay canchas de un verde brillante que invitan al pase largo, por abajo, para ver el espectáculo de la pelota bailando sobre la gramilla.
También hay canchas peladas, pura tierra. Son las de potrero, donde la pelota salta por los pozos y otro tanto de alegría.

Lo que nunca había visto es una cancha como en Santa Marta. En esas cálidas tierras colombianas se anima a jugar hasta el más torpe, con tal de desandar la alfombra de arena blanca, ladeada de palmeras y un mar tan apacible, que siempre anda con huelga de olas. Para que el partido luzca más, el sol no abandona nunca su puesto de guardia.
Vi en esa cancha partidos eternos, jugadores felices y goles hermosos que se repiten en hermosos y repetidos atardeceres. Como se imaginarán, en esos partidos nadie se fija en el resultado. Sabe el que juega ahí que, de antemano, tiene el partido ganado.