lunes, 28 de junio de 2010

Si usted lo hubiese visto


Fue un goleador tremendo. De esos infalibles que, cuando pisan el área, empequeñecen la figura del arquero. Con decir que una vez, de frente a uno de esos pobrecitos, lo miró fijo a los ojos antes de enterrarle la pelota en el pecho. Cayó de espaldas la víctima mil y pico del goleador temible. De espaldas y adentro. La bala disparada de ese cañón- pie mandó al arquero detrás de la raya, con pelota incluida.
Tenía en su propio manual también de las otras definiciones, las más exquisitas. Las que podían dejar al mundo con la boca abierta, incrédulo ante la belleza de sus conquistas.
En un partido de noche gambeteó al equipo contrario completo, dos veces en la misma jugada. La doble apilada terminó con un gol que emocionó hasta a los rivales.
El día le inspiraba menos. Por eso los encuentros de mañana y tarde no eran tan fantásticos, aunque no faltaban sus tantos coronados por grandes festejos.
Hacer un gol convierte al que sea por dos o tres segundos en alguien invencible. De tanto vulnerar arqueros, aquel hombre debía sentirse capaz de ganar un partido él solo. Nadie lo hubiese pensado si apenas le dedicaba una mirada. Pero todo el que lo conocía podía presumir que sí era idóneo para semejante aventura. A los demás, podía engañarlos a la vista. Sin embargo, el goleador más goleador del mundo, que era paralítico, tenía la cabeza repleta de historias y un capital infinito de risas y llantos.

Este es un homenaje futbolero a Frida Kahlo, que tanto ha dicho diciendo poco.
El post no es otra cosa que una historia mínima inspirada en una de sus máximas: “Para qué quiero los pies si puedo volar”.

jueves, 24 de junio de 2010

Compartir, de eso se trata


El fútbol tiene la generosa virtud de evitarle al hombre la condena a la soledad. Nadie puede sentirse más plenamente acompañado que el que festeja un gol y se cruza, en ese instante, tantos abrazos con tantos abrazadores.

domingo, 20 de junio de 2010

No se hace, se nace


Lo miré con calma. Despacio, como quien estudia los movimientos del otro esperando no ser advertido. Me las arreglé para espiar detalles de esos ojos que no mentían. Su silencio podía evitarle el desnudo del alma, pero sus ojos vidriosos, no.
En ese instante no quiso vomitar frases ominosas delante de su hijo. No quería que el nene, tan chico, le escuchara decir cosas que después podría perjudicarlo. Porque él pensaba que era una tarea ardua convencer a su hijo de que le sea fiel con el equipo. Le hubiese tolerado cualquier rebeldía, menos que no fuera militante del mismo sentimiento.
Cuando su hijo tenía siete años lo había enfrentado por primera vez con firmeza. Para semejante ocasión le había pedido que se sentara en una de las sillas tapizadas del comedor, a las que sólo accedían los adultos.
Su discurso había sido breve, pero tremendamente crudo para los oídos sensibles de un chico.
—Mirá hijo— lo encaró. Vos cuando seas más grande vas a poder elegir a quién votar, si creer en Dios o no, pero vos sos de Atlanta.
No hubo más palabras de su parte y tampoco respuesta del chico, que sólo lo miró. Lo miró fijo, como el que se asegura que el otro le está hablando bien en serio.
El día que en la cancha observé a mi hermano, lo miré como lo habrá mirado mi sobrino a él en aquel monólogo cerrado.
Ahora estaba en silencio, aguantando las lágrimas. Quizás esperando que los jugadores se fueran, que de un plumazo se diluyeran esas siluetas azules y amarillas que deambulaban perdidas por la mitad de la cancha. No se bancaba la crueldad del descenso. Pero mucho menos que lo padeciera su hijo, tan chiquito, tan obligado a padecerlo. Seguro se acordó de su perorata, de cuando le dio libertades políticas y de credo. Sí, esa vez que no le dio opción, porque hincha, hincha sos de Atlanta o de nadie más, le había marcado.
—Papá, no te preocupes— fue el consejo tierno, de una vocecita que venía desde abajo, en medio del vacío existencial.
Fue el arma emocional gatillada al corazón de un hombre que se quebró de inmediato. Después de esas palabras de su hijo, él, tan reacio a exteriorizar lo que sentía, soltó tantas lágrimas que logró impresionarme.
Mi hermano lo abrazó, lo besó y le pidió perdón a mi sobrino:
—Si no querés ser más de Atlanta podés elegir, hijo.
Ese nene que por entonces había cumplido diez años, tan chico para algunas cosas y tan grande para otras, lo miró en silencio, con algo de pena y mucho de amor.
Y unos segundos después completó la frase que el llanto había interrumpido.
—Papá, no te preocupes. Si vos te vas al descenso, yo me voy con vos.

domingo, 13 de junio de 2010

Explicando lo inexplicable


Como ya dije, Claudio Gómez es un personaje entrañable. Y como también comenté, su hija Milena es la expresión confirmada de aquel refrán que indica “de tal palo, tal astilla”. Si acaso alguien todavía puede dudar sobre lo asegurado, una nueva historia derriba cualquier sospecha.

A Milena le contaron un cuento en el colegio. La maestra cautivó a su pequeño gran auditorio con un relato de príncipes, princesas y destierros. Pero para aumentar el misterio dejó de leerles el final. Conciente de la atención que había despertado en esos alumnos manchados de Mantecol, lanzó el desafío: que cada uno escribiera una carta, la que se suponía el príncipe debía enviarle a su amada, confinada a vivir en otro castillo.
Cuando llegó a la casa, Milena le trasladó la inquietud a su papá. Y entonces él, que es un personaje entrañable, le sugirió que tenía que escribir una carta de amor para que el príncipe y la princesa pudieran estar juntos.
—Tiene que haber palabras que demuestren que hay amor— le marcó.
—¿El amor es como la pasión?— preguntó ella, confundida.
—No, no son exactamente lo mismo.

Entonces Claudio Gómez, que es un personaje entrañable, buceó en su hondura para explicarle a su hija de ocho años de qué se tratan el amor y la pasión. Las conclusiones las sacó la propia Milena, en una interpretación libre:
—Ah, ya entendí papá. El amor es querer mucho, mucho, mucho a otra persona. Y la pasión es gritar “dale Rojo, dale Ro”.

Claudio Gómez, que es un personaje entrañable, prometió no volver a emocionarse tanto como ayer. El día que Milena comprendió en lo más profundo de su ser qué siente su papá por Independiente.

miércoles, 9 de junio de 2010

Liberarse


Están los que corren para escapar; están los que corren para alcanzar. Y están los que corren por correr.
Están los que juegan para demostrarles habilidad a los otros; están los que juegan para sentirse importantes. Y están los que juegan por jugar.
También están los otros; los que, mientras corren, juegan a ser libres. Esos son los que entendieron de qué se trata esta historia.

jueves, 3 de junio de 2010

Coincidencias


Un equipo de fútbol triunfa cuando defiende con los pies lo que se sostiene con la cabeza.
Caminan y caminan los pueblos originarios para decir sus verdades pensadas.

Los mejores equipos no son los que ganan, sino aquellos que lo intentan siempre sin renunciar a sus principios.
La Revolución que se recordará es la que se hace con dignidad. Mucho más que la que, simplemente, alcanza el objetivo.

Ningún jugador es tan bueno como aquel que aprendió a perder.
El más sabio compañero de lucha es el que entiende que la derrota no es el final de algo, sino el comienzo de otra cosa.

Se aprende del fútbol. Se prende de la Revolución. Aprenden los hombres y las mujeres que las ideas sobreviven cuando se defienden pensando en triunfar, pero no pensando en el triunfo. Aunque no se gane, en el fútbol hay que intentar hasta la victoria siempre. Como en la Revolución.

martes, 1 de junio de 2010

Bipolaridad


El fútbol es tan contradictoriamente humano que permite que se emocionen los que nunca lloran y se pongan serios, ante la derrota, los que andan a las risas con la vida.