viernes, 11 de febrero de 2011

La dignidad (versión infantil)


Había una vez una comunidad de sapos que definía los honores en partidos de fútbol. Eran torneos en los que perder seguido significaba salir último; dicho más dolorosamente, ser cola de rana. ¿Se imaginan la afrenta que implicaba eso para los sapos?
Los sapos más grandes se creían los dueños de las decisiones de todos. La mirada intimidante del escuerzo solía imponer las reglas sobrentendidas. Al que le gustaba, mejor por él; al que no, se tenía que tragar el sapo de la dictadura de las minorías.
El que por fin se rebeló fue el sapito Verde Agua. Le decían así, porque no tenía la piel tan oscura como los otros miembros de la comunidad.
No quería el escuerzo mayor, ese al que nadie se le animaba a croarle ni bajito, que jugara Verde Agua. Decía que con él perdían seguro, que era como tener uno menos, que no sabía saltar, que croac, croac, croac. Y así, de tanto decir, ni cuenta se dio que el partido empezó con el sapito en cancha. Cuando lo advirtió, disparó la amenaza:
—Sos sapo muerto, renacuajo.
Lejos de amedrentarse, Verde Agua saltó por todos lados para recibir libre la pelota. Hasta que fue por un centro anodino que no invitaba a la carga. Su impulso de búsqueda lo puso de frente a un arquero que asustaba de tanta cara de sapo. Sin embargo él, el sapito enano, saltó y aunque no llegaba y juró que no llegó, porque no pudo ser, pero resulta que sí, el sapo más sapito hizo el gol del triunfo, por eso dio un salto, orgulloso, para festejar y por eso también dio otro tan largo como el del cabezazo para caer delante de aquel escuerzo arrogante; cara a cara. Y ahí sí, sin que fuera para tragar ningún bichito, Verde Agua sacó la lengua.

viernes, 4 de febrero de 2011

Recuerdos de Carmen


Los muchachos tenían por costumbre hablar de la Gorda Carmen. A veces podía prescindirse del nombre, pero nunca del apelativo “gorda”. Cinismo de una época adolescente, donde las chicas nos importan más por lo que parecen que por su esencia. Carmen era una delicia de mujer, pero le sobraban kilos para invitar a la provocación de la gastada.
Después de cada partido en la calle, ella era tema recurrente. O porque con la Gorda en el arco no perdíamos; o porque ellos tuvieron más culo que la Gorda; o por lo que fuera se la invocaba y las risas caían en cataratas. La Gorda Carmen era el chiste de los muchachos. Complot impensado, las chicas del barrio desfilaron entre nosotros y el sistema rotativo de noviazgos funcionaba a la perfección. Ni falta que mencione a la única que no fue puesta en consideración, nunca. Confieso que alguna vez me dejé llevar por las circunstancias y caí en la trampa de reírme de Carmen. Fui un idiota. A mi favor puedo decir que cuando reflexionaba, una vez solo, advertía la crueldad de la burla y ensaya el arrepentimiento. Después, trataba de parar a los muchachos cuando arremetían contra Carmen y tenía que soportar lo obvio; era señalado como el que gustaba de ella, por tener el mínimo gesto de no ser cómplice del escarnio.
Pasaron quince años y el otro día me reencontré con Carmen. Como siempre, una chica divina, afectuosa, me saludó con un abrazo caluroso. No imaginen lo de caluroso referido a la voluptuosidad de la señorita. Carmen no tiene, ahora, un gramo de grasa. Me costó reconocerla incluso cuando se presentó como quien era. Me dio mucho placer verla y mucho más saberla tan del gusto popular. Cuando se enteren los muchachos no lo van a poder creer. Todos ellos, tan pelados, tan panzones, tan lejos de poder jugar al fútbol una hora de corrido sin ahogarse en el intento.
Les voy a hablar de Carmen, de la que me encontré. Y no se van a aguantar la tentación de querer confirmarlo con sus propios ojos. Tanto los conozco que sé que van a pisar el palito; de a uno, en silencio, sin decirle nada al otro. Las chances de arrancarle un sí a Carmen son nulas; ya me cercioré sobre el asunto. Ella me contó que estaba enamorada, que pensaba tener un hijo y que no había hombre como su hombre. Cuidadosamente filtré esos datos a la muchachada. Total, ya se van a ir enterando. Se los va a escupir Carmen, cuando les tenga que frenar el impulso de querer besarla. Sepan que se terminó la espera. Es hora de que se empiecen a jugar las revanchas.