miércoles, 31 de octubre de 2012

El celular del Diablo


—Hola Diego, ¿cómo estás?
—Con vos más o menos, ayer no me llamaste por mi cumpleaños.
—Justo vos me reprochás a mí. ¿Ya te olvidaste?
—No vuelves con lo mismo.
—Cómo no voy a volver con lo mismo, si fue lo que más problemas me trajo en mi vida
—Exagerás.
—De ninguna manera. Después del gol a los ingleses dijiste que había sido la mano de Dios.
—Fue lo que me salió en el momento
—¡Ahhhh, lo que te salió en el momento! ¡Pero mirá vos! A mí me saló carísimo. ¿Sabés lo que es reponerse de una antipropaganda semejante?
—Insisto en que exagerás. O te olvidás cuando dije que de chico era hincha de Independiente.
—¿Y?
—¿Cómo “Y”? Independiente es el Diablo. ¿O te olvidaste?
—Fue un vuelto comparado con lo de los ingleses. La gente estaba desencantada con la Iglesia. Y vos sabés que si la casa no está en orden, Dios tampoco. Vos eras el ídolo, la voz de los sin voz y lo que ya sabemos. No estoy acá para ensalzarte.
—¿Y para qué me llamaste?
—Para decirte que tengo códigos.
—¿Vos códigos?
—Sí. O quién te creeés que retrasó el cumpleaños del hijo de Messi. No quería que coincidiera con el tuyo. Ese pibito va a ser crack, ¿sabías? Está destinado a superar a Messi, me alcahuetó un secretario del Jefe.
—¿San Pedro?
—No puedo revelar las fuentes. Pero me puse a laburar para evitar la superposición de fechas. No quería que en los próximos homenajes se hablara más de Thiago que de vos.
—Si va a ser tan buen tipo como Messi, se lo merece.
—No me vengas con tibiezas. Bueno, te dejo que tengo que llamar a Barcelona. Tengo el dato que Messi le va a ser un gol con la mano a Brasil en la final del próximo Mundial.
—¿El dato es posta?
—Dalo por hecho. De lo que me tengo que asegurar es que Messi, después del gol, diga que el Diablo metió la cola. Chau, nos estamos hablando.

lunes, 22 de octubre de 2012

Lluvia de leyenda

Si jugaban a la pelota era por él. Lo habían admirado, sabiendo de su leyenda. Sin embargo, de su boca jamás había salido una palabra que lo vinculara con la gloria que los demás relataban. Enaltecido como mito popular por voluntad ajena, jamás aportó a la causa con historias personales. Los chicos le conocían el pasado por trasmisión generacional y el presente, con ojos propios. Él no los encandiló diciendo, sino por su manera de ser. Lo vieron pelear como a un león, a pesar de su cuerpo desvencijado. Se habrán preguntado más de una vez cómo habrá hecho para ganar partidos él solo con esa endeblez que entregaba la evidencia de la foto actual. La Leyenda tenía la fuerza inusitada de la verdad. Y peleó por la canchita, para que ése terreno baldío fuera de ellos y no el patio trasero de las empresas de la basura. Y escudriñó a los ojos a los funcionarios que le alargaban las respuestas con evasivas burocráticas y pateó escritorios y organizó marchas y lloró cuando nadie lo vio; las leyendas no lloran.
Ninguno de los chicos fue a su velorio. Los mejores homenajes no persiguen los formalismos. En el barrio de la leyenda prefirieron el fútbol; los chicos lo velaron jugando. Y cada gol estaba implícitamente dedicado, igual que la convicción de sentirlo vivo ahí y no muerto en un cajón. Se jugó todo el día bajo la lluvia. Bajo una lluvia intensa, como la Leyenda. Y amable, como para ayudar a disimular las lágrimas de los que jugaban.

martes, 9 de octubre de 2012

"Que de la mano, de Karl Marx..."


El otro día, mientras miraba una foto de Marx, vomité maldiciones sobre mi documento. Entendía una contradicción: que me siento joven, pero que las subjetividades del tiempo son demoledoras en algunos casos. Le miraba la barba blanca, tan de viejo, quizás í
icono de la sabiduría, y dudé un momento que fuera cierto lo cierto: Marx escribió El Capital cuando tenía 26 años. Ese hombre se trepó a la cima de la historia cuando tenía diez menos de los que tengo yo ahora. Prácticamente a esa misma edad, Maradona le demostró al mundo que jugar al fútbol era otra cosa de lo que venía sucediendo hasta entonces. Marx y Maradona, la fórmula MAMA (que no suene a Edipo mal resuelto) es tan mágica como reveladora. Entonces los imaginé contemporáneos, compañeros. Si hubiesen vivido en la misma época hubiesen conectado sus genialidades; a Marx le gustaban las revoluciones: hubo pocas tan emblemáticas como apropiarse de los bienes del imperio británico con una mano; zurda. Y una segunda tan estremecedora como el paso zigzagueante para arrastrar por el piso a la corona de la reina. Después de un último amague, Maradona definió con un toque suave; de zurda.
Diego hubiese congeniado con Marx, al que le hubiese mostrado un tatuaje suyo, barba blanca, y no el del Che, si es que Guevara no hubiese nacido aún.
Y los dos se habrían lanzado a la aventura de armar un partido de fútbol. Maradona, nunca neutral, hubiese propuesto un equipo de marxistas contra uno de antimarxistas.    
Los marxistas seguramente correrían a todos sus rivales por la izquierda y prescindirían del wing derecho; nadie en ese equipo hubiese querido ser un puntal de la derecha. Y los imagino solidarios, participando de la lucha de abajo; aguerridos defensores en el área propia. En el medio, protestando los fallos del árbitro, a quien le exigirían justicia; no favores. Los delanteros serían obedientes con la táctica y arriesgarían su pellejo por la causa; además, también se la darían a Maradona. En tanto Marx, obviamente, sería el entrenador.
Mi fantasía empieza, concluye y vuele a empezar; seguramente distinta a como arrancó. Sin embargo, empuña la convicción de que ese equipo no perdería jamás. Jugaría hasta la victoria siempre.