miércoles, 9 de julio de 2014

Un Messi humano

¿Qué estamos esperando de Messi? ¿Qué más esperamos de Messi? 
La vida es cruel, me dice un amigo. Hablábamos de la vida, pero también de fútbol. Los argentinos somos especialmente despiadados con Messi. Para que la condena sea definitiva lo comparamos con lo imposible: Maradona es nuestro tótem. 
Ponemos a un pibe de carne y hueso, con cara de nene, uno que casi no habla, que no suelta frases de epígrafes ni de las otras, a la altura de una leyenda. 
Pero resulta que este antihéroe juega como nadie. Es el mejor de una Selección a punto de hacer historia. Un figura elevadísima, tanto que su apellido aparece prefijado al de Maradona. ¿Cuál es más grande? La respuesta nacional es obvia. El triunfo de Messi es pertenecer a esa dicotomía.
Messi es el jugador perfecto que sin embargo no encastra en el ideario del hincha argentino. El mundo es cruel; Argentina, su capital.
Hasta acá el futbolista genial hizo cosas ídem: pases a control remoto, como el que teledirigó a Di María (no en el gol ante Suiza, sino cuando el volante se desgarró), goles maravillosos en momentos decisivos, gambetas en porciones microscópicas de cancha y tenencia de pelota; el agua en el desierto, lo elogió Sabella.
Messi es todo lo que necesitamos de él. Messi es más de lo que necesitamos de un jugador para sentirnos amparados. El líder futbolístico de un equipo que lo reconoce y lo empodera: lo custodia y le da la pelota para que Messi sea eso: Messi. El pibe de mirada perdida es un adjetivo.
Un superdotado que se inyectó de chico hormonas de crecimiento en las piernas para ser el más grande. Un fenómeno al que nunca lo vimos jugar con el tobillo hinchado. Un fenómeno que no putea a los que putean el himno; Messi ni siquiera canta el himno.
Su arte es el instinto asesino de matar rivales con sus gambetas. El verdugo más grande de los arqueros tiene la mirada fija no ya en el piso, sino en la Copa. Pero nos resulta un jugador de probeta. El diez de laboratorio tiene todo hasta que lo condenamos a la nada, cuando al lado le ponemos un nombre: Diego.
Messi no está exento de la trampa, pero igual corre; corre, elude y hace goles. También quiere ser héroe y ya no el jugador perfecto.
Estamos esperando ese momento. La crueldad de este pueblo exige pruebas. No tanto que Messi haga goles. Queremos que Messi llore.