lunes, 26 de abril de 2010

La ideología en juego


—¿Cuál es la velocidad del sueño?
—No lo sé. Tal vez es... Pero no, no lo sé... En realidad, acá, lo que se sabe, se sabe en colectivo.


Subcomandante Marcos

En el equipo zapatista se mira mal al que intenta la gambeta, porque esconde el pase al compañero. La condena, en realidad, rescata la esencia del fútbol. Un juego que debería enaltecer la idea de que todo es de todos.
Maradona cometió un doble atentado contra el espíritu de la izquierda en un mismo partido. Una vez en la corrida desde mitad de cancha en la que ridiculizó a cinco, diez, miles, ya no se sabe a cuántos jugadores ingleses. Igual debió justificarse: “Todo el tiempo miré a Valdano para darle el pase, pero nunca encontré el hueco exacto para asistirlo”. Antes había burlado al arquero rival, al árbitro y a millones de televidentes en un salto inmortal. “Fue la mano de Dios”, exageró.
Con su fútbol y sus palabras, el 22 de junio de 1986 Diego hizo apología del individualismo. Qué dudas caben.
Sin embargo, estoy seguro de que el comandante Marcos lo hubiese eximido de cualquier acusación. Nadie podría señalar a Maradona por no pensar colectivamente aquellas jugadas. No cuando se trató de expropiarle la sonrisa al Imperio.

miércoles, 21 de abril de 2010

El beso del alma


No le hizo falta hablar. Fue con la mirada que le mendigó, aunque sea, un rato de amor. Era la mujer más linda que había visto. Y encima aquella vez, la primera vez, llevaba puesta una sonrisa merecedora de la eternidad. Nada ni nadie como ella le despertó tanta motivación en una cancha.
Qué bien lucía ella la camiseta, que en su cuerpo parecía un vestido de novia. Tan hermosa era que le quedaba chiquita la palabra.
Y el Walter, bueno. ¡Fulero fulero era el Walter! Y peludo, bien peludo. De la gente que conozco, el Walter era la máxima sospecha de que el hombre desciende del mono. Hasta la cara tenía peluda.
Desde la vez que el Walter se animó a mirarla a los ojos, ella le prometía que después del próximo gol lo iba a besar. El cuentito se lo recitó durante diez años, en los que el Walter fue el goleador de todas las temporadas. La letanía se erigió en el motor de un jugador que rechazó mil ofertas con tal de tener un solo beso. Pero la década fue amarga. Los labios de ella jamás premiaron esos goles que, en buena parte, habían provocado sus promesas.
Con el alma abollada por la histeria femenina, el Walter tomó una decisión. Fue después de que la dama de la sonrisa lo sometiera a una prueba de fuego. El desafío consistía, esta vez, en perderse un gol para ganar un beso. El Walter eligió una jugada obvia, como para que no quedaran dudas. Esperó a quedar cara a cara, con el arquero casi vencido, en una muestra cabal de que, si lo erraba, era porque quería y no por torpeza. El partido se terminaba y el Walter corrió en busca del pase-destino que le permitiera demostrar quién era de verdad. La daga salió eyectada del botín del 10, que dejó al Walter de frente al amor o a la muerte; él elegía. Con un pique en diagonal burló a una defensa que, de pronto, les dio la espalda a dos protagonistas. Eran el arquero y el Walter. Nadie más. Fue un instante que duró un segundo, o dos. Pero que al Walter le valió la eternidad de la sonrisa. Antes de patear, amagó, dejó al arquero tirado y recién ahí, con un tiro suave, convirtió el gol. Ella lo esperó al final, se le puso de frente y le espetó la frase postergada: “Ahora sí”, le dijo. Y ante la sorpresa del Walter, aquella mujer hermosa lo besó como nunca antes a otra persona.

jueves, 15 de abril de 2010

No lo dude: dude


En el reino de las dudas se jugó un partido de fútbol con el único fin de obtener, aunque sea, una certeza. Por tratarse de una tautología, nada como un resultado para llegar a una conclusión.
Fue necesaria en el terreno de la vacilación una moneda lanzada al aire para determinar el escenario del juego. Amsterdam o Londres (no se supo porqué) eran las sedes en cuestión. Cara marcó el destino, que en este caso equivalía a que el partido se disputara en la capital holandesa.
Como en todo reinado, en el de las dudas también había princesas, príncipes, reyes, reinas, bufones, cortesanos, custodios y custodios de los custodios. Así que fueron ellos y ellas los que oficiaron de futbolistas.
Los problemas surgieron desde el principio, cuando no hubo acuerdo para la elección de las camisetas. En ese caso, la duda era por el color: negro o blanco; blanco o negro. Dirimido ese asunto, lo que generó nuevas controversias fue el talle que le correspondía a cada uno. Los flacos más flacos y los gordos más gordos se quejaron por la falta de su justeza en sus respectivas ropas.
Ya durante el partido hubo dudas acerca de quién jugaba para cada equipo. Dudas en el tiempo que duraría el partido, en la cantidad de cambios que se podían hacer, en la imparcialidad del árbitro, y en otra larga lista que -permítaseme la certeza- es recomendable resumir en etcétera.
En lo que no existió cabildeos fue en destacar la belleza del gol de una princesa: de chilena y al ángulo.
Cuando terminó el partido casi nadie sabía si festejar o entristecerse por el resultado. Se destacaron excepciones, pocas, que sonrieron por el triunfo o se resignaron ante la derrota. Paradójicamente fueron aquellos y aquellas que, con conciencia, no dudaron en dejarse llevar por las dudas. Acaso la mejor manera de encontrar certezas.

El texto va dedicado a quien se sienta identificado con estas líneas. Y a dos futbolistas cuyos apellidos enaltecen el acto tan humano de la indecisión: Emiliano Dudar y Rafael Dudamel.

Ahora me queda una duda: ¿por qué escribí sobre las dudas?

lunes, 12 de abril de 2010

Revancha


—Debería darte vergüenza— me reprochó el entrenador en el vestuario.
—Vergüenza es robar— intentó defenderme un compañero.
—Vergüenza es robar y no llevar nada para la casa— lo corregí, con una sonrisa.
—Como sea —se enojó el técnico. ¿Cómo no pateaste al arco, infeliz?
—¿No le viste la cara al arquero? — le retruqué
—Y a mí qué me importa el arquero rival.
—Tenía miedo, se le notaba.
—Mejor.
—¿No te importa alguien que tiene miedo?
—No.
—Debería darte vergüenza— le reproché.

lunes, 5 de abril de 2010

Defensor animado


El estaba enamorado de ella. Ella estaba enamorada de otro. Y ese otro estaba enamorado de él. Él era el 2 del equipo. Ella era fanática de ése equipo. Y el otro era el 9, el de los goles bonitos. Ella era bonita y andaba embelezada por el jugador de los muchos goles. O quizás por los hombres que hacían goles. No era el caso del 2, que ni una vez había sentido en la piel el grito de la hinchada por el gol propio.
Creía él fervientemente en la hipótesis de que alguien era capaz de enamorar a otro alguien haciendo un gol. Y pensó en ella. Y en el otro, del que sabía que estaba enamorado de él y del que conocía también que atraía a ella.
La condena de no ser correspondido la cumplía todos los días. La otra, la de no corresponder, la pagaba con la culpa. Por eso ni el comienzo ni el final de aquella jugada fueron actos improvisados. Cuando encaró hacia el arco rival, él sabía que podía desterrar los descruces. El 2 sacó pecho y limpió rivales con una destreza inusitada para un central tan de otro estilo, tan torpe. La convicción lo arrastró hasta las cercanías del área, donde por fin le vio la cara al gol. Y al 9, que esperaba solitario el pase para cumplir con su ley. El 2 lo vio muy bien, que nadie crea lo contrario. Desde la decisión tomada, simplemente se permitió ignorarlo. Tampoco quiso definir, que se sepa. El destino exacto de un hombre que se animó a dejar de esperar lo marcó en esa última corrida. Eximio improvisador de la gambeta dejó en el camino al arquero, caminó hacia la línea de gol y ante el arco libre ensayó un nuevo amago. Tiró la pelota por encima del paredón que separaba el campo de juego de la tribuna y pasó entre una muchedumbre atónita. Ella lo miró sin entender y vio cómo él se perdía a lo lejos. Sin gol, ella se atragantó con el grito de amor. Fue la vez que el 2 prefirió gambetear hasta encontrar la libertad.