miércoles, 10 de noviembre de 2010

Dios y la camiseta


“Enelnombredelpadredelhijoydelespíritusanto,amén”. Juancito rezaba todas las noches, apretando las palabras, casi sin modular. Tenía una familia creyente, que le había impuesto el hábito del rezo. Pero su fe no era tan católica como futbolera; Juancito rezaba por su equipo.
El extremo fue la noche previa a la final del ‘87, en la que ni siquiera durmió. Le dedicó el insomnio completo a pedirle a Dios, encarecidamente, y hasta dispuesto a resignar su felicidad de grande si era necesario, poder dar la vuelta olímpica. Juntaba las manos, Juancito. Tal cual le habían enseñado, respetaba el ritual de acompañar las palabras con el gesto misericordioso de los dedos entrelazados.
“Si mañana somos campeones, no pido más nada; te lo juro”, anteponía reiteradamente a sus murmulladas plegarias.
Era inteligente el chico. De esos que no parecen tener la edad que tienen; él, con sus siete años, hacía deducciones de un chico de quinto grado. Sin embargo, virgen de derrotas, no tenía ni el cuerpo ni la mente preparados para absorber el dolor. Cualquier marca contraria a su lógica podía resultar indeleble.
Tanta fuerza y dedicación en el rezo tenían que traer, necesariamente, beneficios. Juancito no concebía que pasara algo diferente. Ni el mínimo argumento le entregaba a la Providencia para no concederle el triunfo. Rezó, repitió las súplicas y encadenó a ojitos cerrados el pedido concreto: ganar y ser campeón.
Pasaron los años y Juan no se olvida ni de uno de los jugadores de ése equipo. Sabe la formación de corrido porque para él el recuerdo es persistente. Ya nunca, ni por milagro, se cansará de machacar que por culpa de esos hijos de mil puta tuvo que dejar de creer en Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

genial!!!
está bueno eso de echarle la culpa a alguien para dejar de creer en dio