lunes, 10 de enero de 2011

La memoria nunca se olvida


Se reía con ganas. Cada vez que se acordaba, la viuda no podía evitar la carcajada. Vivir en un país tan chico tiene la ventaja de que las cosas suceden en escala. O sea, causan gracia las cosas más insignificantes, y así sucesivamente. Se sufre poquito por amor, los platos de comida son chicos, los chicos son más chicos que en otros lugares. El fútbol, en cambio, está ajeno al contexto de las pequeñeces. Es alrededor de la pelota donde pasan los grandes acontecimientos en ese país enano. Esta historia hubiese sido chiquita, sin importancia, con la salvedad que se encuentra vinculada al fútbol. Lo dicho, por esas tierras, el zoom de la pelota devuelve una imagen agrandada.
Al viejo el pelotazo le voló los dientes y las ideas. Fue un golpe fuerte, demoledor. La dentadura estalló contra el cemento de la tribuna y el desmayo, al viejo lo dejó trastornado para el resto de los días. Desde aquella vez, no quiso ir más a la cancha.
Peñarol comenzó a parecerle un cuadro de mierda y al cinco de ese equipo, que alguna vez fue su ídolo, lo recordaba como a un hijoderecontramilputa que lo condenó a comer papilla para siempre. Sin dientes, masticar carne ya no le fue posible. Lo único que masticaba el viejo era bronca que, encima, se agravó cuando perdieron una final contra Nacional.
Antes de morirse, el viejo juró vengarse y se puso la camiseta del rival, en señal de protesta. Cuando lo vio su nieto, de Peñarol hasta la médula, le encajó un pelotazo certero, que lo dejó tirado en el piso, sin reacción.
Cuando el hombre volvió en sí, no se acordaba de nada. Ni siquiera de por qué se había quedado sin dientes. El día que murió se jugaba el clásico entre Peñarol y Nacional. El viejo ni se mosqueó. Repentinamente desinteresado por el fútbol, se fue a dormir la siesta. Nunca se enteró que su antiguo amor había ganado sobre la hora, con un gol del cinco que alguna vez había sido su jugador preferido. El viejo murió durmiendo, en una cama chiquita, dentro de una habitación bien menuda. De lejos, todavía se escuchaba la voz imponente de un relator. Su cuerpo inerte tenía un esbozo de sonrisa en la cara, como la del que se burla de algo que pasó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

YO TBN ME REI CON GANAS!!!