lunes, 14 de marzo de 2011

Media naranja, a medias


Fue verla y enamorarse. Contemplarla un rato y entender que era la mujer con la que quería estar para siempre. Que se entienda: el amor es eterno hasta que se termina. Pero por entonces, era lógico, él tenía la ilusión del instante blindada contra la realidad. Era hermosa. Una mujer perfecta, si es que existe esa posibilidad. Su fascinación por ella le asaltó las ganas de besarla sin que mediaran palabras. Y un súbito impulso le hizo mover un pie, después el otro y en unos segundos sus piernas marchaban parejas hacia la boca de la dama. El corazón le golpeaba el pecho y le encendía la cara, mientras las venas se hinchaban en señal de complicidad. La sangre corría su propia carrera por un cuerpo que ya no detendría su paso hasta que ahí, ya casi delante de ella, él advirtió lo impensado. La de ojos dulces, seductora, de una figura increíblemente armoniosa tenía tatuado, bien chiquito, tal vez con la sutileza que ella destilaba, un escudo de Independiente. Derrumbado ante la evidencia, aquel hincha de Racing volvió sobre sus pasos y se juró olvidarla. Fue hace diez años, y todavía pierde su guerra contra la memoria.

1 comentario:

Negro dijo...

Buenisimo