miércoles, 8 de junio de 2011

Ese arquero era macho de verdad


Advertencia: el siguiente post contiene palabras de alto contenido escatológico. Los impresionables, abstenerse; los otros, en cambio, pueden seguir sin que decididamente les resulta una absoluta mierda.

Mi amigo Juan me contó el día que vio y olió –porque me jura que se olía a cinco metros de distancia- cagarse encima al arquero de Atlético Saliqueló. En ocasión de un penal que podía definir el descenso de su equipo, aquel muchacho del que se preserva el nombre improvisó un espectáculo excrementicio de cara a la hinchada que estaba detrás.
Juan dice que tanto prolegómeno antes de la ejecución le tuvo que haber jugado en contra. Traducido al criollo, la antesala habrá sido para él un momento de mierda. Literal, porque cuenta mi amigo que el flaquito ese se cagó hasta las patas.
Trató de parar la chorrera sucesivamente con ambas manos, pero no hizo más que enchastrar los guantes blancos, devenidos marrones. Estoico en su escena de héroe o personaje anónimo, según su suerte en el arrojo, demostró no ser cagón a la hora de poner la cara. Y ahí aguantó, a pie firme, culo fruncido, pantaloncito sucio, completamente hediondo. En esos casos es cuando se ven los valientes de verdad, los que no se borran ante la primera eventualidad. El arquero cagado no se cagó.
Llegado el momento crucial abrió los brazos y piernas, y se hizo ancho, anchísimo, sin intención de disimular lo evidente. Era como un cóndor con las alas desplegadas; eso parecía, un cóndor. Un cóndor cagado, pero cóndor al fin. Apenas el delantero sacó su remate seco, el flaco despegó del piso y voló raudo hacia la pelota, con destino de ángulo. Juan me dice que todavía repasa la jugada y la visualiza en cámara lenta. El arquero pasando delante de él, manos abiertas, la caca líquida salpicando el pasto. Fue la atajada más maravillosa que mi amigo me jura haber visto. Quizás fue el impacto que causaba la mierda, pero dice que no, que no está contaminado por la circunstancia; que el vuelo fue realmente el de un cóndor. El arquero atrapó la pelota en el aire y, después, la levantó para mostrarla como trofeo. Era la salvación. Ahí, en sus manos, quedaba atrapada la gloria. Había que ser macho para sostener tanta gloria. La gloria que, de pronto, se fue a la mierda cuando al entonces héroe, con los guantes resbaladizos, se le cayó la pelota, que dio en su espalda y se metió en el arco. Injusticia del fútbol, aquel arquero fue condenado al escarnio por su única cagada en todo el campeonato.