domingo, 29 de abril de 2012

Suicidio

El equipo del pueblo tenía un jugador con coronita; el hombre, por portar la 10, se creía rey. Se creía, legítimamente, porque el resto le concedía el privilegio. En la cancha, ese fetiche era la pelota. El diez reinaba con la pelota en sus pies, al extremo de no convidar jamás un pase. Lejos de reclamarle, los jugadores del pueblo corrían y se esforzaban para recuperar el balón; siempre se lo entregaban, según entendían como mandato. El futbolista de la pelota servida, que enfilaba hacia la gloria todo el recorrido que le dejaran avanzar, vivió de sus goles y sus triunfos; nunca los compartió. Con el tiempo las gambetas frenéticas lo hundieron en los subsuelos de la gula, mientras eludía defensores dóciles e indómitos y arqueros y fronteras y el pasado y al olvido. A la muerte la gambeteó varias veces, pero la estampa de la parca se le presentaba férrea, inclaudicable; la dejaba atrás, pero al momento inmediato la encontraba por delante. El 10 insistía, se sabía el rey de la gambeta. Y la eludía una vez y otra, y nuevamente. Ciego de pases, insitió con el mismo recurso todos los partidos. La obviedad le empezó a gobernar los pies; no se le esperaba otro arte que el de la gambeta. Inyecto del más puro egoísmo, siguió empecinado con la secuencia unipersonal. Pero la muerte, implacable, siempre se le ponía de frente después de cada amague. Cansado de gambetearla y no desterrarla de su destino, el rey un día decidió dejarse sacar la pelota.

1 comentario:

Anónimo dijo...

NO DEJES NUNCA DE REGALARNOS ESTOS RELATOS