lunes, 11 de junio de 2012
Se fue para quedarse
Tomaba vino como agua y agua como vino; su dieta líquida consistía en dos litros de tinto y un vasito con agua a la noche, después de la cena. Decía que de esa manera se iba a dormir fresco, con el paladar limpio. Eusebio era el futbolista al revés. Tenía por costumbre patear con la derecha, pero hacía la mayor cantidad de goles con la pierna izquierda. Y era defensor, aunque se pasaba el rato más largo del partido en el área contraria. La desobediencia táctica le valió el reproche de los 32 entrenadores que tuvo en igual cantidad de equipos. La fama se la había ganado por su falta de continuidad en un club, que se traducía en la imposibilidad de gritar goles: por la general, se enfrentaba a un equipo en el que ya había jugado. Los códigos futboleros lo sometían, entonces, al festejo silencioso.
Por acción, fue el hombre que quemó el manual del deportista; cuando se entrenaba, jugaba mal. Hacía goles si abandonaba las prácticas en la semana o aumentaba su cuota líquida. Borracho convirtió un señor gol, así, con todas las letras. Como no podía festejarlo, por lo ya dicho del pasado en clubes a los que luego enfrentaba, se paró frente a la tribuna e hizo el gesto de levantar una copa. Fue su brindis final, la despedida de un jugador a contramano de la regla. Ese día, el del último partido, anunció que por fin empezaba su carrera.
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