lunes, 22 de octubre de 2012

Lluvia de leyenda

Si jugaban a la pelota era por él. Lo habían admirado, sabiendo de su leyenda. Sin embargo, de su boca jamás había salido una palabra que lo vinculara con la gloria que los demás relataban. Enaltecido como mito popular por voluntad ajena, jamás aportó a la causa con historias personales. Los chicos le conocían el pasado por trasmisión generacional y el presente, con ojos propios. Él no los encandiló diciendo, sino por su manera de ser. Lo vieron pelear como a un león, a pesar de su cuerpo desvencijado. Se habrán preguntado más de una vez cómo habrá hecho para ganar partidos él solo con esa endeblez que entregaba la evidencia de la foto actual. La Leyenda tenía la fuerza inusitada de la verdad. Y peleó por la canchita, para que ése terreno baldío fuera de ellos y no el patio trasero de las empresas de la basura. Y escudriñó a los ojos a los funcionarios que le alargaban las respuestas con evasivas burocráticas y pateó escritorios y organizó marchas y lloró cuando nadie lo vio; las leyendas no lloran.
Ninguno de los chicos fue a su velorio. Los mejores homenajes no persiguen los formalismos. En el barrio de la leyenda prefirieron el fútbol; los chicos lo velaron jugando. Y cada gol estaba implícitamente dedicado, igual que la convicción de sentirlo vivo ahí y no muerto en un cajón. Se jugó todo el día bajo la lluvia. Bajo una lluvia intensa, como la Leyenda. Y amable, como para ayudar a disimular las lágrimas de los que jugaban.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy, pero muy bueno