viernes, 18 de septiembre de 2009

Instinto animal (político)


La forma de disputarse la corona fue mano a mano. De un lado el león, hasta entonces indiscutido rey de la selva. En el arco de enfrente un primate. Una hembra conocida en el ambiente por ser la mona con aptitudes futbolísticas jamás vistas en el reino animal. El león no contaba con semejante destreza para jugar, pero confiaba enteramente en su hombría. Además, cómo pensar en la derrota si nunca había estaba en el lugar de los que soportan órdenes. Poderoso en su aspecto, durante el partido (más bien un “Cabeza” o “Arco a arco”) el león rugía ante cada gol para magnificar sus conquistas. Mientras, los árboles estaban atestados de animales que miraban la progresión de goles, como aquellos que esperan saber en manos de quién quedará su destino. Sin fanatismos, la mayoría estaba volcada a favor del león, por eso del temor infundado a los cambios. Contra ese principio no escrito arremetió la mona, que con atajas elásticas fue desgastando el ánimo de su contrincante, que perdió fuerzas, además, para resistir los goles de cabeza que se sucedían en su arco. El único que podía salvar al león de la humillación era el árbitro, un sapo de dudosísima reputación. Los comentarios solapados de algunos conejos eran que, efectivamente, a la mona le habían metido el sapo. El batracio pitó con descaro a favor de un león que, ni así, lograba emparejar el juego. Con la derrota consumada, los populares animalitos que veían desde afuera cómo otros se jugaban el poder sintieron que poco o nada cambiaría: ya no reinaría el león, pero sí una monarquía. La hembra primate se colocó la corona y sin mediar festejos por su triunfo impartió órdenes. Mandó a matar al león y a pelar bananas para su banquete. Después, con la cabellera de su vencido se hizo hacer una peluca para lucir como una reina pomposa. Su poder duró lo que tardaron en desafiarla a otro Arco a Arco unos conejos sublevados. La creencia en el poder divino y la invulnerabilidad la hizo pensar que el partido sería sencillo. Y lo fue. La mona estableció reglas para anular los goles de cabeza de los conejos, que encima tuvieron que sufrir un piso alfombrado con cáscaras de bananas. Para colmo, el árbitro –el mismo de aquel partido entre el león y la mona– los perjudicó claramente, con fallos tan obviamente inventados que provocaron el chistido incesante de los búhos. Todavía hoy se considera una animalada la reacción del público. Cansada de lo que veía, una ardilla anunció que era necesario rebelarse ante la injusticia y emprendió una carrera hacia el árbitro. Con la empuñadura de un cigarrillo fue directo a la boca del sapo, que comenzó a inflarse y a los pocos segundos estalló por los aires. La mona corrió desesperada cuando vio que la insurrección se había masificado. A pelotazos la bajaron de un árbol y le quitaron todos sus fueros. Fue la última vez que hubo quien mandara y quienes obedecieran. En esa cancha oculta entre selvas y bosques, ahora todos juegan y nadie mira. Porque ya no existen los que tienen coronita.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gustó eso de que cuando la mona fue reina era una monarquía!!!

besos

Gabriel Ziblat dijo...

Gran relato estimado!