domingo, 2 de mayo de 2010

Felicidad, sociedad anónima


Los que sonreían casi siempre y los que no lo hacían nunca se desafiaron en un partido de fútbol. El criterio para discriminar los equipos se ligaba subjetivamente con el estado del alma. Por un lado se pusieron los que se consideraban felices. Del otro, como contrapartida, se agruparon los infelices.
Durante aquel juego no corría la máxima del jugador que no se ríe con la cara no se ríe con los pies. Eran tan buenos o malos futbolistas unos como otros.
Hubo goles en aquel partido; muchos goles. Los gritos despertaban la alegría de los hombres y mujeres sensibles, a la vez que molestaban a los que suelen hacer oídos sordos. El gol decisivo fue a la salida de un córner y a la entrada del sol. Los primeros rayos golpearon la cara del arquero feliz, que se quedó a mirar cómo asomaba la luz entre tanta oscuridad. El nueve rival no tuvo contemplaciones y sentenció el resultado.
Al final, los que estaban felices se amargaron por la derrota y ya no volvieron a disfrutar como antes. Mientras, los infelices, condenados a la tristeza, tampoco lograron contentarse con el triunfo.
Solamente un jugador se reía. Un alma libre que irradiaba alegría entre otros y otras que quedaron atados a sus propias miserias. Fue el único. Uno capaz de sobrevivir a la coyuntura y eternizar la sonrisa.
Nadie volvió a verlo para preguntarle cómo lo había logrado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que alguien lo encuentre por favor y le pregunte la fórmula. Juro que yo no la tengo!!!

Anónimo dijo...

Ojalá haya sido un trotamundos de la cancha

Elías

Anónimo dijo...

Un placer leerte flaco. Y aprovecho para agradecerles a vos y al negro una infancia y adolecencia genial y decirles que los quiero.
Leandro (ex el "gordo", ahora el "pela", la genetica manda jajaja).
Abrazos