jueves, 26 de agosto de 2010

Aquella vez de nunca más


Les juro que era tan pero tan linda, que después no fue lo mismo con otra. Siempre impecable. No exagero si digo que era la envidia de todos los muchachos del barrio. Coqueta, radiante, era como la novia que todos querían tener. “Traela”, me decían los chicos cuando nos juntábamos en la canchita de siempre. Yo me daba cuenta que para ellos no era igual si no la llevaba. Su presencia le aportaba otra motivación al partido. Ella no era cualquiera, una más, la reemplazable, la que da lo mismo si total, lo que importa somos nosotros, los que nos juntamos a jugar. No. Si estaba ella era diferente.
Me tienen que creer: no vi una más hermosa que ella; tan brillante, tan maravillosa. Con decir que era difícil, para quien fuera, evitar la tentación de acariciarla. Lo advertía en los ojos de los muchachos cuando la veían. Confieso que me causaba cierto orgullo que fuera mía. Enteramente mía.
Supe de ella por última vez en un partido al que la había llevado. Ese día lloré como alguien que pierde a un amor grande.
El Rusito Horacio corrió furioso a su encuentro y de un patadón grosero la revoleó lejos. Todavía me pregunto con qué necesidad lo hizo. Desterrada de la cancha, ella, la única pelota de fútbol que tuve, sucumbió reventada al paso de un auto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay de los amores que nos envidian. Ya no puede tener uno a esa belleza a tu lado porque nomás la ven y te la quieren patear...o ponchar (vulgaridad de la urbe)

Elías

Anónimo dijo...

Qué gusto leerte!

MM

Axl Tale dijo...

Excelente post, excelente blog en general. ¿Intercambiamos enlaces?

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