lunes, 30 de mayo de 2011
Silencio, él está jugando
El jugador más inmenso que vi, en realidad no lo vi. Me lo contó un amigo que cuenta tan bien que, a esta altura, me permito decir que pude observar con detalle a ese hombre. Sé de sus movimientos y también puede adivinar sus goles en cada descripción.
La idea que tengo de él es la de ese jugador que, en efecto, era. Fino, habilidoso, valiente, increíblemente solidario. Tan capaz de gambetear a un equipo entero con tal de que el gol lo hiciera otro, otro cualquiera que estuviese en la línea para empujar la pelota.
Tenía mil particularidades aquel hombre. Quizás más. Sin embargo, casi todos le endilgaban un único cartel: el de mudo. Ese hombre que no emitía palabras arrastraba la condena de los que sí dicen, aunque no debieran.
La cancha era su diccionario. Las gambetas, los pases, su estilo y su manera de correr eran el lenguaje del hombre sin lengua. Literal. No tenía lengua, pero sí idioma. Obligado al silencio de la voz, gritó verdades y marcó su vida y la de los otros con discursos que duraban, exactamente, noventa minutos.
Escuchando a mi amigo, también escuché a aquel hombre. El que jugaba al fútbol, para que no le hiciera falta decir.
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