El gol que más gritó fue, al cabo, el que lo arrastró a vivir con el deseo a contramano. Luego de aquella conquista, descolgó la ilusión del futuro para encajarla en la memoria; desde entonces, sólo quiso ser ayer. No había partido próximo que lo motivara ni rival que le devolviera las ganas de convertirle. La presencia permanente del pasado le quitaba la gracia a poder añorar. Lo suyo no era un estado de nostalgia; él era la nostalgia.
Acomodado al ayer, revivía en lugar de vivir. Su cinta mental era la letanía del gol que creyó mejor, el de la conquista que se había enamorado. Subestimó los cientos de goles que convirtió después y que ni siquiera festejó. Todos le parecían minúsculos ante la imagen que conservaba en mayúsculas, con letras indelebles.
Murió miserable de espíritu, ese empedernido hombre que cayó en la trampa del pretérito perfecto. Lo peor es que de aquel gol, el gol que él más gritó, ya no se acuerda nadie.
2 comentarios:
Marce, éste me dolió.
Ay, no firmé, perdón: I ele.
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