No puedo jactarme de casi nada; no es una pose. Sí tengo una medalla que decidí colgarme, aunque de ningún modo representa un triunfo del que deba vanagloriarme: yo le enseñé a ella a dormir la siesta.
Su ritmo vertiginoso le impedía abrazarse a ese bálsamo que atraviesa el día, como el entretiempo a los partidos. La metáfora no es casual; la siesta la dormíamos juntos el fin de semana, con la radio de fondo transmitiendo fútbol.
Ella me decía que le divertía escuchar entre dormida los resultados. Que soñaba con goles y que, por lo tanto, cuando se despertaba no sabía realmente cómo habían salido los partidos. No tener claro si los había soñado o escuchado era el juego de la vigilia de la tardecita, en el que ella tenía que constatar o rectificar los resultados con el tipo de la radio. O no. A veces le ganaba la ansiedad y recurría a mí, que no siempre le decía la verdad; me gustaba adivinarle el gesto con el que iba a reaccionar por un resultado insólito.
No sé si seguirá durmiendo la siesta; menos, si lo hará escuchando de fondo los goles que se suceden en otras canchas, mientras suena la voz enérgica del relato principal.
Sospecho que ya no lo hace. El subjetivo indicador es que hasta yo prácticamente perdí ese hábito. Pero ayer estaba solo y decidí dormir un rato a la tarde, escuchando los partidos en la radio. No estaba cansado. Simplemente, tenía ganas de soñar con ella.
2 comentarios:
MARAVILLOSO, UNA DELICIA.
MM
Llegué de casualidad buscando dibujos de radios... qué linda sorpresa este relato, HERMOSO!
Excusas para viajar un poquito en el tiempo =)
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