Era un viaje en el que ella iba para la cancha. O mejor
dicho, iba a ver a su novio. El diálogo sucedió casi de casualidad, como debe
ser entre dos desconocidos. Y llegó hasta acá, a este blog, sin que ella
supiera que le estaba contando a mi papá, que me iba a contar a mí, una gran
historia.
Antes de conocer a su pareja, la chica no sabía mucho de
fútbol. No sabía mucho de Racing, salvo por su papá. Menos, mucho menos, sabía
de Marcos Cáceres. Cuando lo conoció no tenía idea de que ese morocho fibroso,
con pinta de hombre simple, iba a ser su novio. Supo que jugaba al fútbol
profesionalmente en la tercera o cuarta salida. Y ni siquiera entonces imaginó que
el asunto podría repercutir tan hondamente el día que lo presentara en su casa.
La cena fue tranquila, amena, aunque impregnada con cierta
tensión lógica de las primeras veces. Son esas veces en que las madres quieren
que salga todo bien, que sueltan sonrisas amables y cocinan lo mejor que saben.
Son las noches en que todo encaja en un clima trabajosamente preparado, con
escenas que bien podrían ser de películas. Esa vez, la cena fue a medida de
Marcos Cáceres, que luego de comer fue invitado a pasar al living para tomar el
café.
Ella, la novia, vio y no entendió. El, el padre, era un
hincha más. Uno que lloraba, que lloraba mucho, mientras apoyaba la cucharita
sobre el plato que acompañaba al pocillo. Lo dicho: los buenos modales eran
producidos para la ocasión. De otro modo, aquel hombre, el padre, hubiese revuelto
su café y apoyado la cuchara sobre la mesa.
Verlo llorar a ese grandote era surrealista; nunca lo hacía.
Pero además, el imaginario colectivo suele desvincular el llanto de las
personas grandes en tamaño.
Ya llegando a la cancha, ella le remarcaba a mi papá que su
papá nunca lloraba; no se permitía mostrar debilidades. Por eso –le relató– se
sorprendió cuando él no pudo ni terminar el café. En ese momento ella le hizo
saber a su papá que lo que hacía era un papelón, no por las lágrimas en sí, sino
por la situación. Y él, tan grandote, tan seguro siempre, tan aparentemente fuerte
para tomar decisiones, tartamudeó:
—Qué querés, tengo al 2 de Racing sentado en mi sillón.
—Qué querés, tengo al 2 de Racing sentado en mi sillón.
1 comentario:
Gran post. Te sigo hace bastante y casi nunca comento. Esta historia me llegó particularmente. Yo también soy hincha de Racing.
Abrazo
Luis
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