miércoles, 20 de junio de 2012

Mi yerno, el futbolista


Es así: mi papá llevó en su taxi a la novia de Marcos Cáceres, el 2 de Racing.
Era un viaje en el que ella iba para la cancha. O mejor dicho, iba a ver a su novio. El diálogo sucedió casi de casualidad, como debe ser entre dos desconocidos. Y llegó hasta acá, a este blog, sin que ella supiera que le estaba contando a mi papá, que me iba a contar a mí, una gran historia.

Antes de conocer a su pareja, la chica no sabía mucho de fútbol. No sabía mucho de Racing, salvo por su papá. Menos, mucho menos, sabía de Marcos Cáceres. Cuando lo conoció no tenía idea de que ese morocho fibroso, con pinta de hombre simple, iba a ser su novio. Supo que jugaba al fútbol profesionalmente en la tercera o cuarta salida. Y ni siquiera entonces imaginó que el asunto podría repercutir tan hondamente el día que lo presentara en su casa.

La cena fue tranquila, amena, aunque impregnada con cierta tensión lógica de las primeras veces. Son esas veces en que las madres quieren que salga todo bien, que sueltan sonrisas amables y cocinan lo mejor que saben. Son las noches en que todo encaja en un clima trabajosamente preparado, con escenas que bien podrían ser de películas. Esa vez, la cena fue a medida de Marcos Cáceres, que luego de comer fue invitado a pasar al living para tomar el café.

Ella, la novia, vio y no entendió. El, el padre, era un hincha más. Uno que lloraba, que lloraba mucho, mientras apoyaba la cucharita sobre el plato que acompañaba al pocillo. Lo dicho: los buenos modales eran producidos para la ocasión. De otro modo, aquel hombre, el padre, hubiese revuelto su café y apoyado la cuchara sobre la mesa. 
Verlo llorar a ese grandote era surrealista; nunca lo hacía. Pero además, el imaginario colectivo suele desvincular el llanto de las personas grandes en tamaño.

Ya llegando a la cancha, ella le remarcaba a mi papá que su papá nunca lloraba; no se permitía mostrar debilidades. Por eso –le relató– se sorprendió cuando él no pudo ni terminar el café. En ese momento ella le hizo saber a su papá que lo que hacía era un papelón, no por las lágrimas en sí, sino por la situación. Y él, tan grandote, tan seguro siempre, tan aparentemente fuerte para tomar decisiones, tartamudeó:
—Qué querés, tengo al 2 de Racing sentado en mi sillón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran post. Te sigo hace bastante y casi nunca comento. Esta historia me llegó particularmente. Yo también soy hincha de Racing.

Abrazo

Luis