No habrá otro que ataje todo. El término no es antojadizo;
es literal. Roberto Cacho Sperandío fue el arquero imposible. Nadie le hizo un
gol. Ágil como un gato, en su trayectoria
se destaca un dato: aquel prohombre atajó 76 penales.
Los delanteros más importantes se preparaban especialmente
para enfrentarlo. Marito Collado dejó el alcohol un mes antes de jugar contra el
mito. Sobrio como nunca, perdió los cuatro mano a mano de los que dispuso;
pocas veces fallaba.
Los defensores de su equipo se relajaban y hasta podían
buscar su propio gol, con la certeza de que tenían blindadas las espaldas.
El arquero que atajaba todo se retiró invicto. Además de
impedir goles, Cacho Sperandío atajaba problemas, el viento, la lluvia, botellazos
y hasta a la muerte.
La parca se le fue encima una tarde de verano, en un 0 a 0
cerrado. Con los pies bien firmes y el cuerpo perfectamente erguido, Cacho Sperandío
la vio venir y la atajó, como a cualquier pelota. La apretó contra el pecho y
la atenazó con sus manos. Sin embargo, por el impacto cayó hacia atrás y se
metió adentro del arco. Fue su última atajada. Antes de que el árbitro marcara
el gol, Cacho Sperandío ya había muerto.
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