El
sueño de convertirse en relator lo arrastraba desde los tiempos en
que no usaba pantalón largo. De cuando se sentaba a tomar el café
con leche que le servía la madre, mientras él repasaba las
formaciones del los equipos publicadas en el diario. “Carrrrrizo”,
decía, y se paraba con la lengua sobre la R para estirarla como un
chicle. A veces aspiraba para guardar aire en los pulmones y lo
soltaba de a poco, para recitar una tira completa de treinta
apellidos.
El
padre le insistía con que supiera un oficio; que de relator se iba a
morir de hambre.
Le
tocó trabajar siempre, más por necesidad que por elección. Pero se
dio el gusto de relatar durante 28 años. Casi toda una vida cuidando
la garganta, acelerando y frenando, gritando goles.
De
las campañas de su equipo no se perdió ningún partido. También
relataba partidos importantes del fútbol de Primera y encuentros
internacionales. Si hasta salió al aire desde Villa del Parque en un
amistoso entre Argentina-Brasil; la transmisión se escuchó hasta
Wilde.
Una
vez llegó a relatar para 50 personas a la vez. Pico de rating.
Se
contaba entre los muchachos de la línea 24 que hubo gente que se
tomaba el colectivo del chofer-relator para escucharlo. Y viajaban,
quizás, de cabecera a cabecera.
Relató
con temperaturas imposibles, en zonas en las que los cortes de calle
obligaban a repensar el recorrido y ante pasajeros molestos porque
querían dormir en su asiento.
“Corrrranse”,
le exigía al pasaje cuando se amontonaba en el medio.
Dejó
de relatar el día que no se sintió un profesional. Aquella vez, por
primera vez, no quiso; en la parada de Luis Viale y avenida San
Martín abandonó el oficio. Su equipo había perdido sobre la hora
el clásico. Y él, llorando, decidió ahogar el grito de gol.
1 comentario:
Muy Bueno
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