domingo, 20 de junio de 2010

No se hace, se nace


Lo miré con calma. Despacio, como quien estudia los movimientos del otro esperando no ser advertido. Me las arreglé para espiar detalles de esos ojos que no mentían. Su silencio podía evitarle el desnudo del alma, pero sus ojos vidriosos, no.
En ese instante no quiso vomitar frases ominosas delante de su hijo. No quería que el nene, tan chico, le escuchara decir cosas que después podría perjudicarlo. Porque él pensaba que era una tarea ardua convencer a su hijo de que le sea fiel con el equipo. Le hubiese tolerado cualquier rebeldía, menos que no fuera militante del mismo sentimiento.
Cuando su hijo tenía siete años lo había enfrentado por primera vez con firmeza. Para semejante ocasión le había pedido que se sentara en una de las sillas tapizadas del comedor, a las que sólo accedían los adultos.
Su discurso había sido breve, pero tremendamente crudo para los oídos sensibles de un chico.
—Mirá hijo— lo encaró. Vos cuando seas más grande vas a poder elegir a quién votar, si creer en Dios o no, pero vos sos de Atlanta.
No hubo más palabras de su parte y tampoco respuesta del chico, que sólo lo miró. Lo miró fijo, como el que se asegura que el otro le está hablando bien en serio.
El día que en la cancha observé a mi hermano, lo miré como lo habrá mirado mi sobrino a él en aquel monólogo cerrado.
Ahora estaba en silencio, aguantando las lágrimas. Quizás esperando que los jugadores se fueran, que de un plumazo se diluyeran esas siluetas azules y amarillas que deambulaban perdidas por la mitad de la cancha. No se bancaba la crueldad del descenso. Pero mucho menos que lo padeciera su hijo, tan chiquito, tan obligado a padecerlo. Seguro se acordó de su perorata, de cuando le dio libertades políticas y de credo. Sí, esa vez que no le dio opción, porque hincha, hincha sos de Atlanta o de nadie más, le había marcado.
—Papá, no te preocupes— fue el consejo tierno, de una vocecita que venía desde abajo, en medio del vacío existencial.
Fue el arma emocional gatillada al corazón de un hombre que se quebró de inmediato. Después de esas palabras de su hijo, él, tan reacio a exteriorizar lo que sentía, soltó tantas lágrimas que logró impresionarme.
Mi hermano lo abrazó, lo besó y le pidió perdón a mi sobrino:
—Si no querés ser más de Atlanta podés elegir, hijo.
Ese nene que por entonces había cumplido diez años, tan chico para algunas cosas y tan grande para otras, lo miró en silencio, con algo de pena y mucho de amor.
Y unos segundos después completó la frase que el llanto había interrumpido.
—Papá, no te preocupes. Si vos te vas al descenso, yo me voy con vos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Conmovedor, realmente. Me encantó la historia.
Que un hijo le diga a un padre que se va al descenso con él es demasiado fuerte. Indreible lo de ese chico.

Anónimo dijo...

La selección nacional
Es un ministerio más del estado
Igual, igual a lo que hicieron
Los milicos en el mundial

Igual, igual que el mundial 78.

Si el ministerio de educación
Te embrutece,
Este ministerio te fanatiza
Si el ministerio de economía
Te saca la plata
Este ministerio te nacionaliza

¡Argentina! ¡Argentina!



Las Manos De Filipi

Unknown dijo...

No, chabón, no te leo más!
cada vez que entro para leer tus cuentos, termino llorando como una boluda!

Hermoso cuento.

Besos.

marce / lechu dijo...

Naty, no llores tanto!
beso

Anónimo dijo...

Flaco, un grande me hiciste lagrimear
Abrazo de gol bohemio