jueves, 21 de octubre de 2010

El mejor del mundo


Tenía la fuerza de un huracán y, también, la calma espesa del día después. El jugador de los botines despintados encaraba siempre y dejaba en el camino a rivales que, a su paso, parecían de papel. Ya dentro del área mitigaba su furia para poder pensar. Recién entonces ejecutaba, luego de un análisis tan expeditivo como eficaz; el remate era puro acierto.
Aquel delantero implacable estaba llamado a ser el más grande de todos los ídolos. No hubo vez que se le cambiara el puesto. Los demás podían variar de posición; él no.
Alto en comparación con sus compañeros, y macizo, su estampa siempre era la misma: con la pierna derecha estirada levemente hacia atrás, anuncio inminente de su tiro mortal.
Un héroe del silencio, ubicado en el lugar donde a otros les tiemblan las piernas, él hizo más de mil goles. Verlo moverse en la cancha era una fiesta para los ojos; era ese manejo, su potencia lo que provocaba un verdadero carnaval de fútbol.
Sin exagerar, tenía todo. No carecía ni de una de las cualidades que se les exige a los verdaderos cracks. Cuando digo que tenía todo, es todo. Lo único que le faltó para ser ídolo fue una hinchada; que la masa lo quisiera y le coreara el nombre.
A mí me hizo divertir como ningún otro. Además, sabía que después del contacto entre su pie derecho y la pelota que fuera, era gol seguro.
Insisto, fue el más grande que yo haya visto. Sin embargo, para ser ídolo, al mejor jugadorcito de plástico que tuve en mi infancia le faltó una hinchada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me hiciste acordar a cuando era chico. Me encantaba jugar con jugadores de plastico. La pelotita la hacia con el papel metalizado de los alfajores (el de havana era ideal).
Siempre es un gusto leerte