lunes, 4 de octubre de 2010

Solos, una tarde


No fue fácil; de ahí el gustito de haber sido. Días cambiados, horarios dados vuelta y vidas cruzadas conspiraron un rato que duró un año y medio. Desde entonces, mi papá, mi hermano y yo no coincidíamos en espacio y tiempo en la cancha.
La huelga de una oportunidad exacta nos había devorado la paciencia. Se notó al momento de nuestra llegada. Una hora antes del partido, los tres, imitados en la vestimenta, elegimos un lugar en la tribuna. Disponíamos de todo el cemento para ubicarnos, porque a nadie se le había ocurrido gozar desde tan temprano. Teníamos sed de cancha, nosotros. Y así, de a sorbitos, nos tomamos revancha de los días en los que nos habíamos perdido de abrazarnos.
Atlanta nos dio la excusa. Nuestro equipo nos convocó para que nosotros tres, nuevamente, nos celebráramos las ganas de compartirnos. Fue este sábado, con sol y mucha otra gente. Sin embargo nos creíamos solos, mientras el mundo era mundo y la cancha, una fiesta. Hubo cuatro goles en los que aprovechamos para demostrarnos en la cara, uno al otro y el otro al otro, el placer de ser del mismo equipo. Y de tan vivos que estábamos, nos dimos el lujo de morirnos de risa.

5 comentarios:

Nicolás dijo...

Algo saqué de esta historia: yo pensaba que la cancha de Atlanta era de madera, pero no, parece que tiene cemento.

:-P

Anónimo dijo...

Muy emotivo. Me hizo acordar cuando iba a la cancha con mi viejo a ver a San Lorenzo.
Un abrazo

MAXI

Negro dijo...

Nunca mejor explicado, comparto la sensación, con la diferencia que no tengo tanta facilidad de palabras.
La pasamos espectacular.-

Como dice mi remera: "Gracias viejo por hacerme Bohemio"

Anónimo dijo...

No soy de Atlanta, pero este post igual me emocionó

Anónimo dijo...

Muy bueno Lechu, los dibujo perfecto mientras leo las lineas.
Un Abrazo