miércoles, 13 de abril de 2011

Por su culpa, por su gran culpa


Carita angelical y piel de algodón. La muñeca, le decían. Esa mujer irreverente al documento contaba con el don de la juventud eterna y el amor de los hombres de su pueblo. Esto último, ligado indefectiblemente a lo primero.
Si bien la mujer era delicada y ejercía con finura los asuntos exclusivamente femeninos, era amante del fútbol; apasionada, se definía ella misma. Su bendición como hincha se la concedió al equipo más popular del pueblo. Demagogia o encantamiento genuino, la muchacha no tan muchacha se inmiscuía en la tribuna y lograba distraer la atención. Eso, en cuanto a los demás hinchas. Los jugadores, por el contrario, encontraban en su presencia un motivo real para entregar su vida en cada pelota. Ninguno quería resignar la secreta esperanza de conquistarla con algún cruce arriesgado, un gol de antología o cualquier situación que pudiese, eventualmente, conmover a la dama.
Y pasó, entonces, que todos querían hacer su propia jugada. Y también pasó que los hinchas, o los que alcanzaban el privilegio de ubicarse a su alrededor en la tribuna, esperaban cada gol como la oportunidad exacta para poder abrazarla. En ese contexto, ella parecía ser la única con intenciones que no iban más allá del partido. Su sentimiento por el club se explicaba por la pasión. Los otros, todos los otros, tenían un amor, otro amor más grande, que desvirtuó el sentido de pertenencia al club; la verdad sea dicha: ningún hombre iba a esa cancha a ver a su equipo.
El asunto quedó evidenciado cuando la de carita inolvidable dejó de ir a la tribuna. Los futbolistas, desencantados, perdían pelotas sencillas, que antes defendían con una enjundia propia de los enamorados. Y los hinchas, en tanto, ya no esperaban los goles para entregarse a un acto de amor; apenas festejaban con algún gritito, simplemente para burlarse del silencio.
Nada se volvió a saber de aquella musa. Nada, salvo que su ausencia condenó al club al descenso y a los hinchas a la peor de las suertes: la más absoluta indiferencia con lo sucedido con su equipo.

2 comentarios:

Vida no Varal - por Lis Weingärtner dijo...

Muy lindo.

Anónimo dijo...

Excelente relato. Me encantan este tipo de historias.

Besoooooossssssss