jueves, 14 de julio de 2011
El mayor de los triunfos
En aquel reino animal habían decidido dirimir el poder con un partido de fútbol. Por un lado, los animales grandes y vigorosos; por el otro, el equipo de los que nada tenían a la vista para alcanzar un triunfo.
Para evitar que se desalienten después, les anticipo que no hubo un resultado mágico; por el contrario, se impuso la lógica de una goleada para los animales de cuerpos más dotados. Hecha la pertinente advertencia, se prosigue a contar:
Las diferencias eran notables. El elefante era el arquero que no permitía posibilidad de gol alguno, por la sencilla razón de que su tamaño era mayor que el del arco. Y en el ataque, la fórmula era repetida pero letal: la pantera desbordaba y le tiraba centros a la jirafa, que incluso debía agacharse para cabecear. Pobrecita la rana que debía marcarla; saltaba, como tontita, incapaz de molestar a semejante apología del estiramiento. Encima, compañero de la rana era el caracol, que andaba rengo por una patada que había recibido de un oso hormiguero que jamás advirtió su presencia. Sin el diez en condiciones, sin ese jugador pensante, los animales más chiquitos perdieron la posibilidad de generar jugadas ofensivas. El león se reía con soberbia de los esfuerzos inútiles de un equipo que en el primer tiempo ya perdía 14 a 0.
La estrategia de los perdedores cambió para la segunda parte. Mancomunados en el esfuerzo, dejaron de perseguir el éxito como valor absoluto y jugaron a jugarse el estilo. Impusieron acciones colectivas que despertaron la aclamación en las tribunas, como aquella en la que la tortuga, montada sobre el conejo, logró estirarse para cabecear. O cuando un grupo de hormigas se lanzó desde una abeja hacia la pelota, para empujarla con la fuerza de cientos de patitas.
Hubo un gol; un sólo gol de los esforzados animales que, al cabo, perdieron 35 a 1. Una conquista chiquita en apariencia, que desafió las estructuras. El ratón recibió un pase quirúrgico del gato con botines y se filtró por debajo de la pesada pata del elefante, que intentó someterlo al aplastamiento. Herido en su orgullo, el trompudo barritó para reclamarles a los defensores. Y desató el escándalo. Una vez terminado el partido, los ganadores continuaron con los reproches entre ellos y, enojados, les hicieron gestos a los animales del público, que les silbaron la conducta.
En cambio, los jugadores invisibles del reino festejaron la hazaña de un gol, pero mucho más la manera que se habían autoimpuesto para jugar. Y entendieron que las miserias individuales se superaban colectivamente. La ovación que se llevaron marcaba el devenir de aquel sitio habitado por animales. Ahí, desde entonces, el pueblo manda y el gobierno obedece.
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1 comentario:
Que vivan Zapata y tus increíbles historias de fútbol, que siempre aportan cosas super valiosasa.
Saludos
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