martes, 23 de agosto de 2011
Invictos
Los gordos tenían un equipo maravilloso; no por su capacidad para producir resultados exitosos, sino por su identidad. No hacía falta agregar palabras si se mencionaba a aquellos futbolistas tan saturados en grasas como en buenas intenciones para jugar. Los gordos eran un equipo, tenían concepto. Pisaban y amasaban la pelota; sí, también se la comían. Ojo, como parte de asumir el concepto.
Aquel equipo invencible en la balanza era una calamidad para los exitistas, que no admitían la sucesión de derrotas. Los gordos todavía ostentan el récord de sesenta partidos sin ganar. A favor de ellos, estremece la conducta: en ninguno de esos encuentros sufrieron expulsiones ni tampoco discutieron o se reprocharon goles en contra.
El entrenador que se hizo cargo al año siguiente no sabía tanto de táctica como de dietas. Les exigió a sus jugadores que perdieran kilos y ganaran partidos. Sin recetas que revolucionaran el esquema futbolístico, aplicó el plan. Los gordos no tan gordos habían perdido el hambre de gloria, sobre todo porque se habían quedado sin impronta. Su pretendida condición estética había sido socavada por un técnico que los desvalorizó. Y que les inculcó un problema que para ellos no lo era. Los gordos no querían ganar; simplemente, divertirse, transpirar, correr, aplastar rivales en alguna caída, sentirse orgullosamente gordos.
El desastre devino a partir del nuevo método. Con la carga emotiva y física de ya no ser, los gordos se desmotivaron, aun ante eventuales triunfos. El sello distintivo lo perdieron a manos del masomenismo; pasaron a considerarse más o menos gordos, más o menos perdedores y, por lo tanto, se divertían más o menos. Al poquito tiempo, el equipo que salía de memoria se disolvió. Pero no los recuerdos de esos gordos que una vez, aquella vez, se rieron de sí mismos. Sólo los que alcanzan esa condición pueden sentirse verdaderos ganadores.
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1 comentario:
Nunca se me hubiese ocurrido mirarlo así. Lindo.
Ana C.
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