lunes, 5 de diciembre de 2011

Descubrir al verdadero jugador


Me gusta pensar al fútbol como el juego de la trampa. Que se entienda: la pelota como señuelo para identificar traidores y consagrar lealtades. Una cancha como escenario de lo que es, un disfraz de buenos y malos jugadores; la obligación de cualquier futbolero debería concentrarse en el desarrollo del ojo clínico para descorrer ese velo. El juego es la pantomima.
A mí me gusta una historia que leí por ahí. Con la guerra recién terminada, un soldado le pidió permiso a su capitán para volver a la zona donde los ejércitos se habían desangrado a tiros. El militar de mayor rango le hizo saber de la inutilidad de la acción, porque –aseguró- todos los hombres estaban muertos. El soldado igual fue y, al rato, volvió con su amigo cargado a sus brazos; estaba muerto. El capitán lo increpó, haciéndole saber su advertencia. Y el soldado contestó:
—No fue inútil. Cuando llegué estaba vivo, tenía los ojos abiertos. Me miró y me dijo: “sabía que ibas a venir”.
Me conmovió.
Si un jugador va al rescate de un compañero es el que vale la pena, aun si no cuenta con estirpe de crack; al futbolista hay que mirarle el corazón y no tanto los pies. A esos, a los leales, quiero siempre de mi lado. Le entrego a los rivales, si quieren, al nueve que no falla, que convierte en casi todos los partidos; ése que grita los goles solo, sin dar crédito al equipo.
Mi sentimiento está vinculado con una razón higiénica: no podría jamás compartir una vuelta olímpica con traidores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME SEGUIS CONMOVIENDO

MM