—Yo con Dios estoy 0 a 0— dijo el hombre. El hombre comía
todos los días.
Alguien lo miró y lo juzgó mediocre.
La charla se encendió alrededor del comentario. El resultado
fue la mecha de una serie de interpretaciones que abrieron el juego. Dios y el
fútbol son deportes nacionales; aunque en esa fórmula, Dios siempre sale
segundo.
—A la felicidad de tanto en tanto le hago un gol— se animó
otro. Le iba bien, según decía. Dicha la frase, las miradas se le incrustaron
en el cuerpo y los oídos dejaron de ser sordos para detectarle el error; acaso para
escuchar una señal que permitiera pensar lo contrario.
Un señor con aires de señor, que nada había opinado hasta el
momento, sonrió. No fue espontáneo; buscó llamar la atención:
—Dios y la felicidad no existen. Mi partido es en serio: yo voy
empatando con la muerte.
Prudente, aquellos muchachos que andaban por los cuarenta y
pico aceptaron la sentencia. Nadie contestó.
Enterada la muerte de la invitación al picado, se compró
botines y alquiló un tren.
El hombre tenía corbata y saco y un auto lindo, muy lindo,
antes de cruzar la barrera. Cabeza levantada, pecho inflado, encaró directo,
sin mirar al costado. Con la soberbia de los que buscan el gol sin compañía,
amagó y gambeteó a la barrera.
La muerte, defensor implacable, se cargó al hombre al hombro. El tren, dejó al auto feo, muy feo. Cuando miró hacia atrás y vio la escena final, la muerte pensó: 2 a 0 y no hay revancha.
1 comentario:
Te sigo hace mucho y no dejo de sorprenderme. Gran final.
Besos
MM
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