Hechizada
Lo veía embelesado, como alguien que siente profunda admiración por la obra del otro. El artista de nada estaba al tanto, salvo de ese momento único en el que era pura inspiración. Repetía los movimientos, porque ahí radicaba justamente el mérito. De extender en el tiempo esos toquecitos. La dama lo seguía sigilosamente con la mirada, y se sorprendía ante cada pequeña proeza de él. Era exquisito el estilo de ese caballero bien arropado, que no dejaba caer la pelota al piso, ni una vez. Fue en aquel cumpleaños que la morochita de trenzas, con cinco años, se enamoró del cumpleañeros. No por tratarse del protagonista de la fiesta ni por ser el mejor vestido. Lo que le atraía a la pecosa eran las virtudes futbolísticas del mocoso. Qué iba a decir su papá cuando le contara sobre Marianito. Ella lo había visto con sus propios ojos. Porque había que verlo. Ese malabarista le pegaba al globo azul con tanta astucia, que se mantenía en el aire. ¿O no era eso lo que su papá le había dicho una vez sobre los que hacían jueguito con la pelota? “Jueguito” era una palabra que se le había quedado grabada y era, para ella, sinónimo de algo muy difícil de lograr. Y mientras Marianito seguía en su mundo sin dejar que esa pelota azul tocara el piso, la enamorada anónima pensaba que su papá no le iba a creer lo de Marianito, porque dice que eso es muy difícil de hacer. Entonces mejor callarse y guardarse el secreto. Total ella a Marianito lo iba a querer siempre aunque su papá no supiera que, el que hace un rato había soplado la velita con el número seis, fuera el mejor jugador del mundo.
2 comentarios:
Me hiciste acordar que cuando era chica me quedé colgada viendo a un compañerito que jugaba solo con un globo, también en un cumpleaños.
Yo jugaba sola con mi hermano con los globos, nos creíamos Maradona. Y no sabés los jueguitos que hacía!
... Vos decís que habré enamorado a alguien?
Besos!
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