
Las palabras sirven para explicar lo que no se sabe e identificar lo que se conoce. Los silencios, para que disfruten los que se entienden con sólo mirarse.
El otro día estaba con mi hermano y, sin emitir sonido, nos pusimos a sonreír, como cuando jugamos al fútbol. En ese concierto de mudez y alegría, no hubo ni una palabra. Entre él y yo, no hacen falta.
Hace rato que con mi hermano no compartimos un mismo equipo. Pero cuando ese milagro sucede, el mundo a nuestro alrededor desparece por una hora. El Negro me da el pase y espera. Yo espero su pase y le adivino el movimiento siguiente. Él sabe lo que intuyo y me sigue el juego. Otra vez me vuelve a buscar para que lo busque.
Tenemos tan bien aprendido hablar sin palabras, que aprovechamos para charlar mientras la pelota baila, salta, grita, chilla. El diálogo es envuelto por un silencio cómplice. Mi hermano y yo nos entendemos demasiado. Y si no nos hablamos, más.
4 comentarios:
Sin palabras...
Quizá fue porque en otra vida se dijeron muchas palabras feas, jaja.
Besos! Te leo siempre, che.
¿O será que nos estamos guardando muchas palabras para la vida que sigue?
A buen entendedor, pocas palabras.
Publicar un comentario