Cuando se cayó la naranja del árbol y puso el pie y reventó esa naranja contra el empeine y la fruta salió proyectada como un misil teledirigido, con la fuerza y la dirección exactas, supe que el pibe era un crack. Su repentización para convertir la simple escena de la naranja madura atendiendo la ley de gravedad en un remate, que se coló en el improvisado arco que formaban dos parantes y una rama de la parra, fue la primera evidencia. Una segunda muestra fue la precisión: la naranja entró en el ángulo, adonde apuntan los que saben. Pero nada lo evidenció tanto como las palabras dichas mientras me mostraba su pie, impecable.
—La naranja no me mancha.
2 comentarios:
B U E N I S I M O !!!
Negro, gracias por la fidelidad. Una de las razones -no menor- de la continuidad de este blog es tu constancia como lector.
Abrazo enorme
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