Fue mucho antes de que se le ocurriese a Maradona. Siete años después, cuando lo escuchó al Diego, no lo podía creer. Su frase se había perdido como tantas otras entre las sombras del pueblo. Miles de kilómetros más lejos, sin saberlo, Maradona la rescató del ostracismo cuando contó su primer gol a los ingleses, en México ‘86.
En Choele Choel se jugaba la final regional, entre Deportivo Patagonia y Atlético Llueve y Para.
Estaban claras las diferencias entre ambos equipos. Por eso el Nanito Beder, arquero de Llueve y Para, había convencido a sus compañeros de que la única manera de ganar era conociendo en profundidad al rival. Su discurso se hizo dogma y los intérpretes más extremistas emprendieron la praxis; el conocimiento cabal debía ser revelado.
Juan Prito fue el de la idea, pero la adhesión fue inmediata y homogénea. Nadie dudó del plan.
La clave nodal apuntaba al mejor jugador de Deportivo Patagonia. José Ramón Juárez, Juarito, era tan religioso como puntual en la asistencia al confesionario; su fe y la cábala serpenteaban en un cruce de límites permanente. Antes de cada partido, Juarito le soltaba sus verdades al padre Leopoldo.
Un rato antes de la hora indicada, se le avisó al cura sobre la necesidad de su inminente presencia en casa del abuelo del Nanito Beder.
—La extremaunción, Padre—, lo conminaron.
El viejo gozaba de una salud de acero inoxidable, pero se prestó a la pantomima, convencido de que la farsa podía ahuyentar veinte años de sequía futbolera. El operativo “vuelta olímpica” implicaba coordinación y muchos más cómplices que los once jugadores.
El Turco Fatú se metió en el confesionario y esperó a la víctima. Justificándose por la voz, escuchó a su interlocutor, al que indujo a contar sus miserias más hondas.
El decálogo de la psicología de Juarito sería luego tema de análisis colectivo de la muchachada de Llueve y Para. De todos modos, antes de finalizar su confesión, la figura de Deportivo Patagonia fue interpelado:
—Hijo, necesito una prueba de tu confianza hacia mí: ¿Si mañana hay un penal, hacia adónde lo pateás?
—A la derecha, Padre.
El partido fue cerrado, cargado de tarjetas amarillas. El Llueve y Para era puro sacrificio. A su rival no le sobraba exquisitez, pero tenía a Juarito. Suficiente.
Sin embargo, la estrella no brilló como otras veces. En varias oportunidades se había trenzado en disputas verbales con los contrarios.
De un córner llegó el gol que hizo temblar a Choele Choel. Tierra desacostumbrada a los reordenamientos de las placas tectónicas, se conmovió con aquel sismo futbolero. Un gol vomitado sobre un pasado inmediato de dos décadas sin títulos.
A dos minutos del final, el árbitro le puso una horca al cuello del triunfo: cobró penal y Deportivo Patagonia quedó de cara al empate; Juarito quedó de cara al empate.
Antes de patear se persignó a miró fijo al arquero. Avanzó con pasos largos y al momento del impacto tocó la pelota con cara interna, hacia la derecha. El Nanito Beder salió eyectado un segundo antes para ese lado y con la palma de su mano izquierda desvió el remate. Juarito nunca había errado un penal. Las estadísticas no son precisas, pero algunos arriesgan más de cincuenta ejecuciones sin fallas.
El héroe fue paseado en andas por la cancha y en el paroxismo de la gloria fue conminado a explicar la atajada. El Nanito Beder no mintió:
—Fue la mano de Dios.
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