lunes, 13 de febrero de 2012

La otra mirada (propia)


“ADiosGracias”, repetía el de la cara llena de repliegues, desgarbado, parado a un costado de la cancha. Lo largaba todo junto, como una letanía: “ADiosGracias, ADiosGracias”. El hombre entrecano intentaba explicar el absurdo sin conceder detalles, con ésa sola frase; ADiosGracias” era lo único que atinaba a devolverles a sus interlocutores. La cara decía por sí misma; era una cara espejo.
Su casa fue el páramo. No había maleza humana que le confundiera el relato. La querencia le destrabó la lengua. Que su equipo perdiera 13 a 0 le había aguijoneado el alma. Con los años se había acostumbrado a asimilar derrotas, nunca una vergüenza semejante. El dolor de tantos goles le había estrujado los huesos, al punto de encorvarle más la imagen. Lo vio su esposa. El privilegio de la doña fue también el de haberlo escuchado. Hasta entonces, nadie había podido atravesar la muralla del “ADiosGracias”.
La catarsis fue de sentado, con su mujer mirándole temblar la boca: “A Dios gracias no llevé los anteojos. Si hubiese visto bien todos esos goles, habría quedado ciego de fútbol; tendría los trece impactos hundidos en las retinas. Y ver otros goles con la mirada tan contaminada me hubiese alejado de la cancha, el lugar por donde más me gusta espiar al mundo”.
Aquel poeta de cuerpo desvencijado y prosa carente de elegancia no había visto con los ojos. A Dios, gracias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Soy muy fan de tu blog, Marce. Me gusta mucho cómo usas acá las analogías. :)

i ele