lunes, 19 de marzo de 2012

Mosqueteros


(A veces las historias hay que contarlas de atrás para adelante. Es mi manera de decir que este relato se empieza por el final).

No era flaco, pero ganó en velocidad, como si no le pesaran los kilos y los señalamientos; y tiró el centro que cabeceó hacia el medio el más bajito de todos, después de un salto acrobático. El que hizo el gol era un hombre generoso, alegre, versátil, inteligente, voluntarioso, audaz. Con ese tanto, el equipo de aquellos luchadores se salvó del descenso. El árbitro no se dio cuenta que el gol fue hecho con la mano. Colorín colorado.
Había una vez tres hombres. Tres tipos descartados por el sistema que consagra como valor absoluto al éxito. Un trío condenado a la papelera de reciclaje del fútbol. Un gordo, un enano y un minusválido. Eso. Tres etiquetas de tipos comunes. De gentes comúnmente apuntadas por un aspecto; la generalización de una partecita tan minúscula como sospechosamente ponderada.
El hombre que pesaba más que lo considerado normal no era gordo, si no el Gordo; el de escasa estatura no era enano; sólo Enano. El que hizo el gol con la mano tampoco podía esperar lealtades de un mundo que señala con el dedo: él era generoso, alegre, versátil, inteligente, voluntarioso, audaz. Le decían el Manco.

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