El día que ella lo besó por primera vez, él sintió esa maravilla en los pies. Fue la bendición de los labios su inspiración para gambetear y convertir el tanto que jamás olvidará. Su gol fue un poema; el beso, un pase filoso filtrado entre defensores que se miran atónitos.
Ya pasaron tres años, dos meses, cuatro veranos y dos mil seiscientos veinte inviernos.
La última vez que ella lo besó antes de un partido, él supo que ése día no iba a hacer goles ni grandes jugadas ni asistencias mágicas ni nada que estuviera vinculado con la inspiración. La derrota 3 a 0, con conquistas de un rubio con sonrisa de publicidad, le caló hondo en los huesos.
Tres días después, la vio por la calle de la mano del goleador del equipo rival.
1 comentario:
Sos bueno bueno, pero bueno en serio.
mis respetos.
saludos
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