Los diarios en el lugar de siempre; los diarios, raramente,
en el lugar de nunca jamás. El bar Mundial tenía las páginas deportivas abiertas.
Estaban pegadas en las ventanas, por donde ya no se puede mirar. Claudio me lo
contó arrumbado; el Viejo Gómez es el reflejo del bar, de esa cancha de fútbol
donde se tomaba café.
A él lo que más le jode es la traición; no necesariamente hubo
alguien que lo traicionara. Simplemente, se sintió traicionado. No supo que
cerraba. Eso. Y se encontró con que el bar tenía los ojos cerrados; las
ventanas tapadas. Las historias atrapadas entre mesas y un mozo que hacía rato
habían dejado de ser plurales y anónimo. Las mesas era una sola, la de todos los
lunes. El mozo, Mauro. El tipo que ni preguntaba qué traer porque sabía lo que
tomaba Claudio y Cacho y NestorAvila, dicho así, todo junto, y el Topo y el
Gordo y el Negro. La mesa respiraba fútbol y hasta el bar, con su bautizo
reflejado en el cartel de la puerta, hacía los honores: Mundial
Había que verlos para entender que ahí, los lunes, había
partido. Que Bochini volvía a dar pases milimétricos, que Maradona tenía rulos
y no tenía barba candado; que Pelé seguía saltando para cabecear y se hamacaba
para eludir rivales y no tanto para coquetear con el poder. Se revivían,
también, goles de hacía unas horas, del domingo, en las otras canchas.
Claudio pasó y lo vio cerrado y no entendió. Cuando
no hay aviso, la traición se hace carne entre los recuerdos. A los muchachos de
esa mesa les robaron un pedazo de historia. Al Viejo Gómez se le nota en la
mirada. Y en el silencio; en su cancha, ya no va a poder gritar más goles.
2 comentarios:
Los amigos encontrarán otra cancha, para gritar otros goles. Quiero decir: el Topo va a seguir estando para prestar los timbos. O no?
Claro, el Topo siempre va a estar, aunque la horma del zapato sea diferente.
Pero te cierran la cancha, sentir el exilio es inevitable.
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