viernes, 26 de junio de 2009

El crack de la afición popular


Ahí está el poderoso, casi infranqueable a la imaginación del mundo. Como esos defensores férreos que son impasables no porque sepan marcar, sino por su capacidad de amedrentamiento. Ese es Estados Unidos, un país rico, demasiado rico, que da vergüenza ajena de tanta ostentación artificial. Y, a la vez, da lástima. Cuando la mirada es profunda se ve un lugar pobre, muy pobre en ideas, inclusión social y sensibilidad humana.
Si habría que enfrentar a ese equipo de jugadores fríos, que pegan por pegar y le tienen prohibido soñar a los demás, de enganche yo pondría a Evo Morales.
A él no le importa tener que pasar entre miles de piernas para darle un pase gol a la dignidad. Morocho de piel, pelo renegrido, originalmente americano –sí, americano–, Evo gambetea al capitalismo como pocos. Y cada vez que puede, le hace un caño, para dejarlo en ridículo.
Desde su rol de conductor, el entrañable Morales no deja que los demás compañeros se arrodillen ante la arrogancia imperialista. Por eso Bolivia, tan pobre a la distancia, si se la mira de cerca resulta uno de los países más ricos del mundo.
Si jugaran Bolivia y Estados Unidos un partido por el honor de lo que vale la pena, no tengo dudas sobre el ganador. Incluso imagino una goleada: el país de la coca (cinco), el de la Coca Cola (zero).

martes, 23 de junio de 2009

“Asusta de sólo mirarlo Ojeda, no le digo”


Sepa usted Garredo, que Ojeda es el hombre más valiente que yo haya conocido. Ojeda tiene pelotas, sabe. ¡Pero pelotas en serio! Es un batallador de mil batallas, capaz de matar a su madre, y más también, si es que hay algo peor que matar a una madre. Y no es de joder. Tiene eso Ojeda. El que se le cruza por el camino, pobre de él: lo desparrama, y sin arrepentimiento. Visceral es Ojeda, créame. Un hombre sanguíneo, que no se anda con vueltas. “De haraposo protocolo”, dice el barbudo de acá a la vuelta, ese medio intelectualoide. Como sea, Garredo: a Ojeda le importa un carajo andarse con prolegómenos, castiga si es necesario y punto. ¿Usted le ha visto la suela? Flor de calzada lleva. ¡Cuarenta y siete!, dicen. Pata ancha, cara ancha, surcos en la piel y mocho los dedos tiene Ojeda. ¿Y esos dientes! Imagínese si se le viene encima. Hace fules y todavía le piden disculpa. Asusta de sólo mirarlo Ojeda, no le digo.
De agarrarse a piñas, a montones tiene de esas. ¡Se ha peleado hasta contra un equipo entero! Él sólo, sin ayuda de nadie. Solito una vez Ojeda bajó rivales a cachetazo limpio.
Negro Ojeda, le decían. Con respeto, no vaya a creer. Hasta Señor Negro, con todas las letras, lo llamaban algunos. Nunca Ojeda, así, a secas.
Ojeda es guapo como nadie, Garredo. Con decirle que es capitán desde los seis años. De chiquito que tiene la cinta en el brazo. Ya de pibe se le notaba ese semblante de matón, prodigio para planchar grandotes y no estirarle ni siquiera la mano. Rompió rodillas que dio miedo, hasta cansarse, mire lo que le digo. Pero no se crea que eso era lo único que hacía. No, esa era una característica de su juego, importante, sí, pero Ojeda era más que eso. Usted no me va a creer, pero hasta era de gambetear. Tenía que verlo en sus años mozos, la tiraba para adelante y a los manotazos se sacaba gente de encima. ¡No le hacía falta mover la cintura! Amagaba con una piña y los contrarios pasaban de largo. Hizo goles de antología, no se crea. Le recuerdo algunos arrancando de atrás de mitad de cancha. No, si usted lo hubiese visto en esa época... Tenía la misma mirada asesina que ahora, en eso no hay diferencias. En cambio hoy le cuesta más ir al piso, ya no se tira como antes. Incluso perdió velocidad. Fíjese que ya no corre a todos, se para de cinco y ahí se queda. ¡Pobrecito el que agarra! Pero ya es ‘si lo agarra’. Antes, los agarraba a todos, no se salvaba nadie. Y así jugaba en cualquier lado: de local, de visitante, donde fuera. Yo no le digo que tipos como Ojeda no conozco. Sonreír, lo vi una vez. Y mejor ni le digo en qué circunstancias.
Este hombre siempre fue de botín pesado, de hacer pata ancha y bancar la parada. De Tapiales lo sacaron entre veinte o más, con las manos ensangrentadas, de tanta biaba que había dado. Imagínese, tipos grandes, llorando, pidiéndole que la parara. Cuando el equipo de Ojeda no ganaba, había quilombo seguro.
Una vez en Barracas lo enfrentaron a cuchillo. Le juro que no se achicó en lo más mínimo. Ahí tiene, mayor prueba que esa quiere, Garredo. Ojeda aquella vez se la bancó a mano limpia, él solito. Intimidaba Ojeda que Dios me libre. Todavía hoy, intimida. Adentro de la cancha. Y afuera, también. Un guapo de arrabales es Ojeda. Decía que los rivales eran “unos chotos”, que no se le animaban ni una vez. Yo creo que ese hombre tiene dos corazones. No hay uno, Garredo, que aguante semejante ritmo. Un corazón normal, uno solo, no aguanta, se para en cualquiera de esos partidos que eran una carnicería. ¡Qué bárbaro! Con ese cogote y esas manos, qué quiere usted también, Garredo. Y feo. Encima, es feo. Eso amedrenta, qué le parece. Vio que los feos dan más miedo que los lindos. No sé, cuestión de imagen. Porque no por feo uno debiera ser más guapo. Pero observe bien; mire bien y se va a dar cuenta que los fuleros asustan más. Y Ojeda, entre nosotros, que no se le escape, si hay algo que tiene es una cara que espanta. Eso también lo ayuda. Igual es guapo-guapo. Buen jugador, no sé. Aunque en mi equipo lo quiero. Ah, eso sí. Así y todo, a mí deme uno como Ojeda y le peleo cualquier campeonato.
El tipo es una bestia humana, qué quiere que le diga, Garredo. Si tiene que matar a uno, lo mata. No hay quien le diga ni media palabra de más. Ojeda se hace respetar adonde vaya. Tiene fuego, es aguerrido. Lo escudriñe al rival con esa mirada exaltada y eso le revuelve las tripas a cualquiera, cómo no. No le digo yo el respeto que infunde. Es de poner la pierna donde todos la sacan. ¿O no ha visto cómo surca la cancha, de tan a fondo que va? ¡Ahuyenta hasta al más valiente, cuando pone de punta los tapones de esas suelazas! Pero sí, se lo reconozco, Garredo. En algo tiene usted mucha razón: cuando hay que patear un penal, Ojeda se caga todo.

martes, 16 de junio de 2009

Ventana a Río de Janeiro


Me cuentan que Ipanema tiene playas que enamoran a los ojos. Su arena suave, encantadora, invita a que los cuerpos le dejen sus marcas. Sin embargo, los cariocas nunca se echan como lagartos a tomar sol. Los que de día cruzan del cemento a las playas lo hacen para jugar, principalmente, futebol. Ya después, más por la noche, se divierten haciendo danzar sus cuerpos. Porque para ellos, la vida es movimiento. Y en esos vaivenes de brazos, piernas y caderas, rinden culto a los tambores y la pelota. Por eso miran de costado a los que no saben bailar samba o patear tiros libres como los dioses.

jueves, 11 de junio de 2009

Justicia


La “erre” sobra. Por como es él, esa letra está demás. Sobre todo por el empeño que pone en tratar de hacer justicia con causas perdidas. En realidad, con gente que anda perdida. Él se acuerda de los futbolistas que otros olvidan y con la sola mención sabe que los rescata del ostracismo. Porque él puede, con nombrar esos apellidos, volver a traerlos a la memoria colectiva. Los grandes referentes tienen esa potestad.
A veces nombra equipos para enaltecerlos, cuando para casi todos son focos de críticas. Claro, esas defensas las hace pensando en los jugadores de esos equipos. O más bien, en las personas que juegan esos equipos. A él le sale así. Es que Diego quiere querer.
Una manera de hacer justicia con él sería sacarle la “erre” a su segundo nombre. Y que sea para siempre Diego “Amando” Maradona.

lunes, 8 de junio de 2009

Semejanzas


Esta es una parte de la historia de una mujer que se confundía Flamengo con flamenco. De alguien que por esa estrechísima disonancia lingüística llegó a creer que había gente que se había vuelto loca y alentaba con pasión el accionar de un ave.
Se sabía que la doña no estaba en sus cabales. De ahí que nadie se tomara la molestia de hacerle aclaraciones sobre el asunto. Atentos a la insensatez, los “normales” suelen mirar a los locos desde lejos. Y a veces, por consejo popular, les siguen la corriente. Ante ese abismo social, es el destino el que se encarga de acercar los pequeños mundos.

Un día la vida puso a esta señora de frente al amor. Un amor que resultó más hijo de la paradoja que de genuinos sentimientos. Casualmente, el hombre con el que se casó era hincha del Flamengo. Pero la señora nunca llegó a salir de su confusión. Pocos días después de pasar por el altar, el viejito se murió. Cosa de la providencia… fue por la gripe aviar.

miércoles, 3 de junio de 2009

El fútbol shopping


¿El potrero ya fue?, podría preguntarse mi abuelo, si no tuviera 86 años. Pero como muchos de su generación, él no se permite dudar; entonces, sentencia. Y además los neologismos o una construcción como “ya fue” no entrarían jamás en su diccionario, cerrado a incorporar palabras desde hace mucho tiempo.

De su decálogo futbolero rescaté este párrafo:

“Ahora los pibes no juegan a nada porque no tienen potrero. La culpa es del capitalismo, que mete shopping (yopin, dice él) por todos lados. Antes, nosotros, teníamos lugar en donde jugar. En cambio, ahora, con tanto negocio (¿lo dirá por los Shopping o por la comercialización del juego?) los pibes ya no se interesan por el picadito. Todo es en la computadora.
Para ser bueno jugando o saber de fútbol alguna vez tenés que jugar sobre tierra. Y en lo posible que te entre polvo en los ojos, cuando rechaza un defensor. Pero no, ahora no. Si no es en alfombra o en los jueguitos del Shopping (esta vez sonó a chopin), los pibes no juegan. ¡Por favor!”.