domingo, 27 de marzo de 2011

Dados vuelta


Salió de su casa para entrar y corrió todo lo rápido que le fue posible con tal de llegar tarde. Después, fue el héroe de la tarde con dos goles que no gritó; en cambio, festejó la dicha de no sentirse frustrado por cada pelota que remató a la tribuna. Así vivía y también jugaba. El hombre que andaba siempre del revés fue, a pesar de él, el mejor jugador del mundo. Un vanguardista de un fútbol que, antes de su irrupción, repetía fórmulas y consagraba al éxito como valor absoluto. El de un fútbol que lucía al derecho por donde se lo mirara.
Hasta que aquel goleador embelesó a sus compañeros, que seducidos por su carisma le imitaron el estilo. El equipo entero dejó de sonreír por los goles convertidos, pero no disimulaba carcajadas cuando desperdiciaban chances inmejorables. Y pasó que corrían para alargar la espera de un pase, que detenían la marcha ante la ansiedad de poder convertir, que se abrazaban cuando perdían, que ni se miraban cuando ganaban y que andaban de luto por sentirse tan vivos. Ese equipo marcó la diferencia sin quererlo y contagió al resto, que pronto transformó las vivencias de las canchas; a ése fútbol se le notaba las costuras. El mundo del revés volvió a estar al derecho no se sabe cuándo ni cómo. Por los pocos indicios que hay, se intuye que fue después de que el equipo que provocó la revolución cayó en la trampa de jugar para ganar.

lunes, 21 de marzo de 2011

Gol en contra


Le pareció que no podía y se condenó a la autocensura. Creyó que no era posible y se dejó engañar por su propia realidad. El hombre al que el dolor de los años le había robado los sueños no imaginó ser campeón. Ni quiera el éxito de los resultados le devolvía las ganas de dejarse seducir por la fantasía. Nada. Huérfano de querer hacer, se entregó a la suerte de los otros.
Era el jugador al que ningún arquero le había encontrado el talón de Aquiles. Hasta que dejó de hacer goles. No porque su técnica hubiese perdido exquisitez o sus músculos potencia. El goleador dejó de creer en sí mismo y descartó de su menú el tiro que busca el ángulo, el toque sutil que se acomoda entre el palo y la mano del arquero, la picada de pelota que corta el aire. Fue la profesía autocumplida. Dejó de patear y los goles desaparecieron de sus sueños. Aunque creo que fue exactamente al revés. Por no imaginar, ya no hubo remates que refrendaran su chapa de goleador. Ni siquiera cuando su equipo dio la vuelta olímpica pudo festejar. El muerto-vivo dejó de soñar despierto. Y, una vez campeón, no pudo sentirse campeón.

lunes, 14 de marzo de 2011

Media naranja, a medias


Fue verla y enamorarse. Contemplarla un rato y entender que era la mujer con la que quería estar para siempre. Que se entienda: el amor es eterno hasta que se termina. Pero por entonces, era lógico, él tenía la ilusión del instante blindada contra la realidad. Era hermosa. Una mujer perfecta, si es que existe esa posibilidad. Su fascinación por ella le asaltó las ganas de besarla sin que mediaran palabras. Y un súbito impulso le hizo mover un pie, después el otro y en unos segundos sus piernas marchaban parejas hacia la boca de la dama. El corazón le golpeaba el pecho y le encendía la cara, mientras las venas se hinchaban en señal de complicidad. La sangre corría su propia carrera por un cuerpo que ya no detendría su paso hasta que ahí, ya casi delante de ella, él advirtió lo impensado. La de ojos dulces, seductora, de una figura increíblemente armoniosa tenía tatuado, bien chiquito, tal vez con la sutileza que ella destilaba, un escudo de Independiente. Derrumbado ante la evidencia, aquel hincha de Racing volvió sobre sus pasos y se juró olvidarla. Fue hace diez años, y todavía pierde su guerra contra la memoria.

lunes, 7 de marzo de 2011

Fútbol de derecha


El socialismo se respira en toda Cuba, menos cuando se juega al fútbol; durante los 90 minutos que duran los partidos, el sistema se echa a dormir. Y sucede lo que me cuenta Vicente, que los jugadores no abandonan su esencia de gente fuerte y que ejercita la resistencia. El problema es que los cubanos gozan, por ejemplo, de virtudes divinas para el baile, pero nada tienen de exquisitos sus movimientos cuando juegan al fútbol. No crean que no les interese este deporte; por el contrario, el pueblo ama las delicias de un juego que aprecian a través de la vidriera internacional.
Así que Vicente me relata con pasión y oratorias cubanas que “el que coge la pelota enseguida tiene cuatro o más encima. Y ahí, pobrecito, a ese le encienden las piernas”. Las conquistas sociales, la Revolución y la armonía del país tropiezan con el fútbol. Contra eso nada puede hacer Fidel Castro.