viernes, 30 de octubre de 2009

Ninguno como él


Manuel Arturo Salá era un jugador excepcional. Cuando digo excepcional quiero decir exactamente eso: un futbolista de excepción. Y que se entienda como excepción alguien que hace lo que otro no puede hacer, excepto él. Todo lo que hacía era excepcional. Goles de mil gambetas, pases kilométricos a los que no les faltaban ni sobraban ni un centímetro y hasta caños que pasaban limpitos entre piernas cerradas. La descripción se ajusta al estilo de este jugador irreprochable, que transformó su carrera en una acumulación excepcional de triunfos interminables y vueltas olímpicas extenuantes. Reconocido por la prosa popular, los hinchas le endulzaban los oídos al canto de “hay que saltar/hay que saltar/qué futbolista, excepcional”. Otros tiempos.

Sin embargo, algunos fundamentalistas de los inventarios cuentan también acerca del día que aquel jugador excepcional erró todos los pases en un mismo partido, casualmente cuando su equipo se fue al descenso.
Yo sigo prefiriendo contar lo otro, lo que no fue una excepción.

lunes, 26 de octubre de 2009

Cuando el sentimiento se va a la B


El verdadero descenso se sufre en el amor. En el fútbol, en cambio, el padecimiento es pasajero. Así dure toda la vida.

Los equipos pierden la categoría y sus hinchas se consuelan con que van a volver.
Los que se separan (o los que se sienten que los separaron) no tienen un consuelo semejante.

El descenso en el fútbol es circunstancial. Lo resolvió alguna vez y para siempre el hincha, que nunca dejará de
atesorar en su corazón la secreta esperanza de que su equipo volverá a ascender.

Auténticos sufrientes son los que bajaron del amor al desamor. Ellos no pueden darse el lujo de los futboleros.

viernes, 23 de octubre de 2009

Haciendo política a los pelotazos


“La cotidianidad cambió para Evo. Al principio creyó que podía vivir a base de frutas. Desayunaba jugo de naranja y el resto del día comía papaya y plátano. A los pocos días sintió mareos y empezó a cocinar arroz y yuca y a cazar algún jochi. Sus manos se hicieron ásperas de tanto usar el machete y sentía que se le reventaban. Los antiguos colonos le explicaron que lloraban sangre. Se integró a través del fútbol. El domingo del debut –todavía recuerda el sombrero y las zapatillas que usó– hizo varios goles y resultó el mejor jugador de la cancha. Los lugareños empezaron a querer jugar con él, a preguntarle por su vida, por cuánto tiempo se quedaría. Fundó su equipo con el que salió campeón en el torneo de la central 2 de agosto. En un partido decisivo casi terminó a las trompadas contra un tal Renzo –dueño de unas mil hectáreas– porque le había dado una zancadilla. Enseguida se gremializó. En cada pueblo de El Chapare el sindicato, que cumplía funciones que el Estado no cumplía, construyó sus caminos, la escuela y la cancha de fútbol. Lo nombraron secretario de Deportes del sindicato San Francisco de la central 2 de agosto. Lo llamaban, en especial las mujeres, ‘joven pelotero’, ya que a cada reunión o ampliado llevaba un balón para jugar en el cuarto intermedio”.

Sobre la mudanza de los Morales a El Chapare, en 1981. Textual del libro
Jefazo (páginas 64 y 65).

lunes, 19 de octubre de 2009

Reflexiones I


El fútbol, casi siempre tan machista, permite refutar esa frase tan machista que dice que “los hombres no lloran”.

martes, 13 de octubre de 2009

Aprendizaje


El mudo no le gritó; el sordo no lo escucho y se la jugó solo; y el ciego no lo vio para pedírsela. Así jugaban los que no ganaban nunca. La secuencia primera de este relato no es otra cosa que la historia repetida de un equipo que estaba empecinado en no serlo. El cambio se dio por una decisión conjunta, que transformó esa realidad que no les permitía ser ellos mismos. El acuerdo fue tácito. De pronto el sordo no escuchaba pero aprendió a oír. Lo mismo que el ciego, que seguía sin ver pero entendió cómo mirar el partido. Y quizás por contagio sucedió algo similar con el mudo, que a pesar de que no recuperó el habla logró pedir la pelota. Improvisaron señas, gestos, voces, nuevos códigos. O ganas, muchas ganas. No se sabe bien qué de todo eso fue causa y efecto, pero empezó a haber pases (comunicación) entre los que antes jamás se habían entendido. La primera vez fue raro verle una sonrisa al ciego, cuando advirtió que un remate de un compañero suyo se metía despacio al ladito de un palo, mientras el arquero estaba inclinado en el otro. ¿Le habrá causado gracia el rebote afortunado o darse cuenta de que era gol, sin que tuvieran que avisarle? El mudo lo gritó sin emitir sonido, pero la gente lo miró, aturdida, por semejante festejo. Y el sordo, que no escuchó lo mismo que oyó la tribuna, salió corriendo, conmovido, para abrazarlos. Empecinados en jugar juntos, ese equipo no ganó ningún partido. Nunca. Pero desde que entendieron cómo entenderse, prefirieron no separarse. Porque cuando juegan se emocionan, comparten y disfrutan. Que por fin el ciego ve, que el sordo escucha y que el mudo, sin hablar, les grita a los rivales que ellos son invencibles.

jueves, 8 de octubre de 2009

El crítico (parte II)



Se vienen días decisivos para la patria futbolera. Algunos alumbran esperanzas en la supremacía colectiva de Argentina sobre Perú y en una posterior devolución de favores de Uruguay, si es que la que la Selección del otro lado del río llega sin chances a la última fecha.

Otros, reacios a mostrarse confiados, esperan con los ojos cerrados que todo pase lo más rápido posible, a como dé lugar.
Y están aquellos que le prenden velas al santo Messi, para que su estampa cobre gracia Divina como en Barcelona, la tierra de sus milagros. De él se encarga –lacónico– el oráculo de Lamas, un hombre que no se deja contaminar por el discurso dominante, ése que consagra como crack al pibe 10 del equipo de Maradona.

¿Es Messi realmente el mejor jugador del mundo?

lunes, 5 de octubre de 2009

En la cancha de (la ex) Terrabusi


Se pasan la pelota unos a los otros. No porque sean compañeros. El itinerario del despojo mutuo se remite a la estirpe de los temerosos, que sienten que la pelota les quema en los pies. Y así juegan un partido sin jugarlo, a la espera de que el tiempo pase y el resultado se imponga caprichosamente. El Gobierno no se la juega, por miedo a que se lo acuse de espantar inversiones extranjeros. El sindicato no se suma a la avanzada de los trabajadores, con tal de no quedar en off side.
Mientras, ellos, los que quedan en el medio de la jugada, no se comen la galletita.
Impiadosos para abandonar el partido de sus vidas, hombres y mujeres se rebelan para no dejarse poner la camiseta de la empresa. ¿Cómo? Resisten, empujan, contagian ganas. En eso andan por estos días los que van al frente y se la juegan. Para darle, en la cara, la vuelta olímpica al capital.

viernes, 2 de octubre de 2009

Hechizada


Lo veía embelesado, como alguien que siente profunda admiración por la obra del otro. El artista de nada estaba al tanto, salvo de ese momento único en el que era pura inspiración. Repetía los movimientos, porque ahí radicaba justamente el mérito. De extender en el tiempo esos toquecitos. La dama lo seguía sigilosamente con la mirada, y se sorprendía ante cada pequeña proeza de él. Era exquisito el estilo de ese caballero bien arropado, que no dejaba caer la pelota al piso, ni una vez. Fue en aquel cumpleaños que la morochita de trenzas, con cinco años, se enamoró del cumpleañeros. No por tratarse del protagonista de la fiesta ni por ser el mejor vestido. Lo que le atraía a la pecosa eran las virtudes futbolísticas del mocoso. Qué iba a decir su papá cuando le contara sobre Marianito. Ella lo había visto con sus propios ojos. Porque había que verlo. Ese malabarista le pegaba al globo azul con tanta astucia, que se mantenía en el aire. ¿O no era eso lo que su papá le había dicho una vez sobre los que hacían jueguito con la pelota? “Jueguito” era una palabra que se le había quedado grabada y era, para ella, sinónimo de algo muy difícil de lograr. Y mientras Marianito seguía en su mundo sin dejar que esa pelota azul tocara el piso, la enamorada anónima pensaba que su papá no le iba a creer lo de Marianito, porque dice que eso es muy difícil de hacer. Entonces mejor callarse y guardarse el secreto. Total ella a Marianito lo iba a querer siempre aunque su papá no supiera que, el que hace un rato había soplado la velita con el número seis, fuera el mejor jugador del mundo.