No le hizo falta hablar. Fue con la mirada que le mendigó, aunque sea, un rato de amor. Era la mujer más linda que había visto. Y encima aquella vez, la primera vez, llevaba puesta una sonrisa merecedora de la eternidad. Nada ni nadie como ella le despertó tanta motivación en una cancha.
Qué bien lucía ella la camiseta, que en su cuerpo parecía un vestido de novia. Tan hermosa era que le quedaba chiquita la palabra.
Y el Walter, bueno. ¡Fulero fulero era el Walter! Y peludo, bien peludo. De la gente que conozco, el Walter era la máxima sospecha de que el hombre desciende del mono. Hasta la cara tenía peluda.
Desde la vez que el Walter se animó a mirarla a los ojos, ella le prometía que después del próximo gol lo iba a besar. El cuentito se lo recitó durante diez años, en los que el Walter fue el goleador de todas las temporadas. La letanía se erigió en el motor de un jugador que rechazó mil ofertas con tal de tener un solo beso. Pero la década fue amarga. Los labios de ella jamás premiaron esos goles que, en buena parte, habían provocado sus promesas.
Con el alma abollada por la histeria femenina, el Walter tomó una decisión. Fue después de que la dama de la sonrisa lo sometiera a una prueba de fuego. El desafío consistía, esta vez, en perderse un gol para ganar un beso. El Walter eligió una jugada obvia, como para que no quedaran dudas. Esperó a quedar cara a cara, con el arquero casi vencido, en una muestra cabal de que, si lo erraba, era porque quería y no por torpeza. El partido se terminaba y el Walter corrió en busca del pase-destino que le permitiera demostrar quién era de verdad. La daga salió eyectada del botín del 10, que dejó al Walter de frente al amor o a la muerte; él elegía. Con un pique en diagonal burló a una defensa que, de pronto, les dio la espalda a dos protagonistas. Eran el arquero y el Walter. Nadie más. Fue un instante que duró un segundo, o dos. Pero que al Walter le valió la eternidad de la sonrisa. Antes de patear, amagó, dejó al arquero tirado y recién ahí, con un tiro suave, convirtió el gol. Ella lo esperó al final, se le puso de frente y le espetó la frase postergada: “Ahora sí”, le dijo. Y ante la sorpresa del Walter, aquella mujer hermosa lo besó como nunca antes a otra persona.
1 comentario:
CON CUANTA SUTILEZA SE PUEDEN DECIR TANTAS COSAS. ADMIRABLE, REALMENTE ADMIRABLE
BESOS
Publicar un comentario