Y allá fue. El Morrudo tenía por costumbre decir que iba en busca de su destino. Se lo veía siempre apurado, como si la actitud del cuerpo le acompañara la intención sobre el propósito.
De tanto que andaba, era privilegio de pocos ver sequito al Morrudo. Las gotas le caían más allá de la cancha; transpirado de tiempo completo, se le decía.
Cada vez que hacía un gol, pensaba en el futuro. Que esas conquistas lo acercarían a su gran conquista: el Morrudo buscaba su destino.
Los ojos enfocados, la mente fría y el corazón galopante. Ese hombre no le erraba al arco cuando apuntaba. Tenía el gol impregnado, como un signo. No miró jamás el presente, porque el Morrudo, decía, tenía objetivos allá adelante.
Aquel futbolista genial, que nunca se supo así, ya no juega ni sueña ni es morrudo. Pero todavía, lejos de resignarse, anda buscando su destino. Ese mismo que ya encontró hace rato.
1 comentario:
Ese es el problema de hoy, la gente vive apurada buscando un supuesto destino mejor y no se detiene a disfrutar el lindo presente.-
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