martes, 4 de enero de 2011

El tipo que debió haberse aplaudido


Juan era el mejor jugador que yo haya visto. A pesar de su evidente problema, jugaba como ninguno en el barrio. Tenía piernas de acero, combinadas con pies de bailarina; esa fuerza y habilidad eran la envidia de los reyes de la gambeta. Entre todos ellos, el rey era Juan. Su talento rompió el protocolo de la lástima; dejó de causar impresión su aspecto ante la evidencia mayor de los goles antológicos.
Las canchas empolvadas ante los pisoteos no levantaban tierra cuando él iba con la pelota al pie, desafiando el absurdo de jugar sin brazos. El manco Juan era un artista que mantenía el equilibrio siempre, a pesar de las patadas y empujones.
El atrevido y elegante jugador, un día se cansó. No quiso más, Juan. Fue, quizás, en su mejor momento futbolístico. Ese hombre volaba en la carrera y hacía goles que arrancaban aplausos de los más efusivos.
No alcanzaba.
Juan lloró el día que lo anunció. Y apenas esbozó una explicación con tan pocas palabras que, paradójicamente podían contarse con los dedos de las manos. Sin embargo, la contundencia de la frase desalentó cualquier intento por convencerlo de lo contrario.
Tenía razón; Juan había entendido lo que era jugar al fútbol.
No hay más goles de él, desde aquel día imborrable. Recuerdo su voz y la estampa firme de la tristeza, que arrastraba una sentencia: el dolor es inevitable; el sufrimiento, opcional. Lo dijo Juan, como se lo dejó decir la angustia:
—Me cansé de hacer goles y no poder abrazar a mis compañeros.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Una sola palabra: maravilloso

Cata! dijo...

Woowwww...Awesome!!!!

marce / lechu dijo...

Hey Cata!, me alegro que te haya gustado

beso grande

Carlos dijo...

Sublime, me pongo de pie, me quito el sombrero, barbaro, tremendo, un aplauso desde México!

Negro dijo...

Espectacular, buenisimo, creo que Juan finalmente entendió de que se trata el Futbol.

marce / lechu dijo...

Gracias Negro y Reso por compartir este espacio y algunas emociones.
Abrazos