La esperó sentadito, con la pelota debajo de la suela. Así, embarrado, con la remera hecha trapo y un ojo negro, por el piñazo del grandote de la cuadra.
Los tiempos se le habían acortado después de la discusión por ese penal que, al final, terminó en un escándalo de pibes. Si no, él hubiese podido irse a bañar a su casa, como tenía pensado, para llegar limpio e impregnado de colonia a su primera cita.
El rato que la esperó, mientras pisaba suave la pelota hacía atrás y adelante, pensó en el impacto que le causaría a la damita. El en ese estado, tan sucio, tan rota la cara y desgarrada la camiseta sería la lástima o la burla. Aguantó estoico los minutos de plomo, que le definirían la impresión de la chica que tanto le gustaba. Cuando se tiene diez años, esas cuestiones resultan marcas indelebles, a contramano de la inconsciencia de no saber que será de esa manera.
Ella lo vio de lejos y no le quitó la vista de encima. Aunque recién cuando estuvo de frente a ese hombrecito que acababa de entreverarse en una batalla de potrero soltó la primera mueca.
Tenía una sonrisa suave como una brisa de verano, que apenas dejaba ver parte de los dientes blanquísimos, enmarcados en sus labios refinados. El movimiento sutil que ensayaba con tanta naturalidad contaba con un detalle que le engalanaba el gesto: los hoyitos al costado de la comisura terminaban por consagrarle la ternura.
No volvió él, un gran observador, a ver jamás una sonrisa ni un poquito parecida. Con el tiempo supo que nadie podía ser capaz de regalar tan atractiva manifestación de alegría. De ella, él recuerda con precisión esa frescura, su carita iluminada y la boca. Absolutamente nada más.
2 comentarios:
AHI SI MI BUEN AMIGO, COSAS DE LA MEMORIA SELECTIVA. QUE LINDO RECORDAR LA SONRISA DE ALGUIEN, ES UN GRAN HOMENAJE A ESA PERSONA, VERDAD.
MAXIMO
Te sigo leyendo, te sigo admirando.
MM
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