Los muchachos tenían por costumbre hablar de la Gorda Carmen. A veces podía prescindirse del nombre, pero nunca del apelativo “gorda”. Cinismo de una época adolescente, donde las chicas nos importan más por lo que parecen que por su esencia. Carmen era una delicia de mujer, pero le sobraban kilos para invitar a la provocación de la gastada.
Después de cada partido en la calle, ella era tema recurrente. O porque con la Gorda en el arco no perdíamos; o porque ellos tuvieron más culo que la Gorda; o por lo que fuera se la invocaba y las risas caían en cataratas. La Gorda Carmen era el chiste de los muchachos. Complot impensado, las chicas del barrio desfilaron entre nosotros y el sistema rotativo de noviazgos funcionaba a la perfección. Ni falta que mencione a la única que no fue puesta en consideración, nunca. Confieso que alguna vez me dejé llevar por las circunstancias y caí en la trampa de reírme de Carmen. Fui un idiota. A mi favor puedo decir que cuando reflexionaba, una vez solo, advertía la crueldad de la burla y ensaya el arrepentimiento. Después, trataba de parar a los muchachos cuando arremetían contra Carmen y tenía que soportar lo obvio; era señalado como el que gustaba de ella, por tener el mínimo gesto de no ser cómplice del escarnio.
Pasaron quince años y el otro día me reencontré con Carmen. Como siempre, una chica divina, afectuosa, me saludó con un abrazo caluroso. No imaginen lo de caluroso referido a la voluptuosidad de la señorita. Carmen no tiene, ahora, un gramo de grasa. Me costó reconocerla incluso cuando se presentó como quien era. Me dio mucho placer verla y mucho más saberla tan del gusto popular. Cuando se enteren los muchachos no lo van a poder creer. Todos ellos, tan pelados, tan panzones, tan lejos de poder jugar al fútbol una hora de corrido sin ahogarse en el intento.
Les voy a hablar de Carmen, de la que me encontré. Y no se van a aguantar la tentación de querer confirmarlo con sus propios ojos. Tanto los conozco que sé que van a pisar el palito; de a uno, en silencio, sin decirle nada al otro. Las chances de arrancarle un sí a Carmen son nulas; ya me cercioré sobre el asunto. Ella me contó que estaba enamorada, que pensaba tener un hijo y que no había hombre como su hombre. Cuidadosamente filtré esos datos a la muchachada. Total, ya se van a ir enterando. Se los va a escupir Carmen, cuando les tenga que frenar el impulso de querer besarla. Sepan que se terminó la espera. Es hora de que se empiecen a jugar las revanchas.
2 comentarios:
Gracias por este relato que me hizo acordar tanto a mi infancia y adolescencia. Yo creo que todos tenemos una Carmen en nuestros recuerdos.
Abrazos
Jorge
Gran historia!!!
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