En el país del No me acuerdo la gente que se veía, no se volvía a ver. Y no por falta de ganas, sino por olvido. La memoria cobró vida nuevamente gracias a un hombre que soñaba mientras los demás dormían. A él más que a ninguna otra persona se le debe ése reconocimiento.
Fue una noche cualquiera en la cancha de siempre. Ahí estaba el equipo del pueblo jugándose el pellejo en un partido que montaba el escenario cruel del que perdía se iba al descenso. Ganaban los otros, los que habían impuesto el pasado pisado.
Por entonces, la tribuna necesitaba un sacudón para volver a recordar. Una de esas jugadas que destierran el puede ser para que, de una buena vez, sea.
Corrió veloz el hombre en busca del pase y se quedó de frente al arquero. Un delantero común hubiese definido a un palo. En el mejor de los casos, quizás se hubiese animado a la gambeta para buscar, después, soltar un tirito al arco libre. Poca cosa para una verdadera revolución como la que hacía tanta falta.
Con la pelota en su poder, aquel tipo eludió al arquero rival y quedó solito frente a la línea de gol y miró a la gente, su gente.
Era tan fácil hacerlo, que la obviedad de salvar al equipo del descenso le despertó sospechas. Sobre todo de esa hinchada desmemoriada.
Pensó el goleador que decidió no serlo por ese ratito y condenó a su equipo a la muerte futbolística. Su remate desviado es el legado que resiste al tiempo. Es él, aquel hombre, quien dijo que no se vive celebrando victorias, sino superando derrotas.
Ahora la gente lo recuerda perfectamente.
4 comentarios:
Espectacular
Juguemos en ese equipo, entonces.
Sos muy bueno (escribiendo también, jaja).
Besos!
Como dice AYE, juguemos en ese equipo. Ah, un texto de resurrección en estos momentos de decadencia...futbolística.
El Elías
Me gusta mucho este blog. Desde GloriasPasadas envío saludos revolucionarios y un ingreso a nuestros links, para que le lean más y se unan.
Publicar un comentario