—Hola Diego, ¿cómo estás?
—Con vos más o menos, ayer no me
llamaste por mi cumpleaños.
—Justo vos me reprochás a mí. ¿Ya
te olvidaste?
—No vuelves con lo mismo.
—Cómo no voy a volver con lo mismo,
si fue lo que más problemas me trajo en mi vida
—Exagerás.
—De ninguna manera. Después del gol
a los ingleses dijiste que había sido la mano de Dios.
—Fue lo que me salió en el momento
—¡Ahhhh, lo que te salió en el
momento! ¡Pero mirá vos! A mí me saló carísimo. ¿Sabés lo que
es reponerse de una antipropaganda semejante?
—Insisto en que exagerás. O te
olvidás cuando dije que de chico era hincha de Independiente.
—¿Y?
—¿Cómo “Y”? Independiente es el
Diablo. ¿O te olvidaste?
—Fue un vuelto comparado con lo de
los ingleses. La gente estaba desencantada con la Iglesia. Y vos
sabés que si la casa no está en orden, Dios tampoco. Vos eras el
ídolo, la voz de los sin voz y lo que ya sabemos. No estoy acá para
ensalzarte.
—¿Y para qué me llamaste?
—Para decirte que tengo códigos.
—¿Vos códigos?
—Sí. O quién te creeés que retrasó
el cumpleaños del hijo de Messi. No quería que coincidiera con el
tuyo. Ese pibito va a ser crack, ¿sabías? Está destinado a superar
a Messi, me alcahuetó un secretario del Jefe.
—¿San Pedro?
—No puedo revelar las fuentes. Pero
me puse a laburar para evitar la superposición de fechas. No quería
que en los próximos homenajes se hablara más de Thiago que de vos.
—Si va a ser tan buen tipo como
Messi, se lo merece.
—No me vengas con tibiezas. Bueno, te
dejo que tengo que llamar a Barcelona. Tengo el dato que Messi le va
a ser un gol con la mano a Brasil en la final del próximo Mundial.
—¿El dato es posta?
—Dalo por hecho. De lo que me tengo
que asegurar es que Messi, después del gol, diga que el Diablo metió
la cola. Chau, nos estamos hablando.